El próximo 16 julio celebraremos la festividad de la
Virgen del Carmen, advocación mariana muy extendida en todo el orbe hispano,
patrona de los carmelitas, una orden religiosa del siglo XII originaria del
Monte Carmelo, en Palestina, que bajo la doble inspiración de María y del
profeta Elías, está llamada a vivir el carisma de la oración, y de la
espiritualidad, en su servicio al pueblo de Dios.
Desde niño he estado cerca de la Virgen del Carmen,… su
imagen en casa, mi parroquia, mis primeros
catequistas, el bonito escapulario de la orden tercera de mi abuela,…
Sin embargo, hubo un tiempo en que todo lo relacionado con
este nombre de la Virgen María me sonaba a antiguo, un remanente de cierta
espiritualidad desfasada, propia de gente mayor. Me daba cuenta que la devoción
a la Virgen del Carmen, con las promesas del santo escapulario y su insistencia
en el asunto del purgatorio, forma parte de nuestro catolicismo popular, y,
sinceramente, carecía de atractivo para un joven como yo,…
Pero en eso llegó la renovación en el Espíritu Santo ¡Las
cosas de Dios!
Cuando entré al grupo de oración, con 16 años, comencé de
nuevo a ir a misa a mi parroquia de los Carmelitas, y un día del Carmen me
impusieron el escapulario de la Virgen. Aunque de niño bien se preocupó mi
abuela de que llevara la librea mariana, hasta ese momento no le había dado
mucha importancia a este signo externo del amor de María.
Llevar el escapulario fue para mí, y es hoy, una gracia.
Poco a poco fui descubriendo la gran riqueza del carisma
mariano del Carmelo, el verdadero significado de la devoción a la Virgen del
Carmen.
El escapulario no es un objeto mágico, ni una “contra” para
evitar la mala suerte, ¡por favor!, ¡qué me da un infarto!,…El escapulario es
un sacramental, es decir un signo sensible de la gracia de Dios en la vida de
quien lo lleva, el cual debe corresponder disponiendo su corazón, y, sobre todo,
viviendo los valores que representa el habito de María, la Madre de Dios.
La clave está, como en tantas cosas, en volver a las fuentes
de la experiencia mariana del Carmelo, en diálogo con el lenguaje y la cultura
de hoy.
Después de todos estos años de camino con María, y a pesar
de mis propias incoherencias, de mis noches y mis días, me gustaría dar
testimonio de los frutos de la devoción a la Virgen del Carmen:
1. La Virgen del Carmen y la oración:
La Virgen María nos hace partícipes del carisma oracional
que caracteriza a la orden del Carmen, sembrando en nosotros el atractivo por
la oración, y la búsqueda de la unión con Dios por la experiencia de la contemplación,
nuestra vocación humana más alta. María nos guía por los caminos de la plegaria,
y nos ayuda a perseverar en ella aún en los momentos de oscuridad y de prueba.
2. La Virgen del Carmen y la lectio divina:
La Virgen María, que guardaba y conservaba en su corazón la
Palabra del Señor, nos enseña a estar atentos y a escuchar la Palabra de Dios, a
rumiarla dentro de nosotros mismos, a comprenderla y meditarla en el propio
corazón, a orarla y contemplarla, a vivirla en el compromiso cristiano de cada
día.
3. La Virgen del Carmen, signo de fraternidad:
El título de Hermanos
de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo nos lleva a
experimentar la cercanía de María en medio de la comunidad cristiana. Como en
el cenáculo de Pentecostés, ella se une a los hermanos y hermanas que
perseveran en el servicio y en la oración, enseñándonos a vivir los valores
grandes del Evangelio: el mandamiento nuevo del amor, la comunión de bienes, el
perdón, la solidaridad con los más pobres.
4. La Virgen del Carmen, signo de consagración:
En el bautismo nos hemos consagrado a Dios, nuestras vidas
le pertenecen, somos sus hijos e hijas muy queridos, rescatados y resucitados
por las aguas del sacramento, comprometidos a vivir según el Evangelio. Vivir
bajo el patrocinio de María, consagrarse a la Madre de Dios, no tiene otro
objeto que vivir a fondo lo que hemos prometido el día del bautismo. Y María
nos auxilia con su oración, nos enseña a vivir en obsequio de Jesucristo,
obedientes a la Palabra, nos protege y guarda en el peligro, nos ayuda a
levantarnos si caemos, y atrae sobre nosotros la gracia inefable del Espíritu
Santo, la gran promesa de Jesús.
5. La Virgen del Carmen, esperanza aquí y en la otra vida:
He aprendido con los años a refugiarme en María en los
momentos de dificultad, y por qué no decirlo, de sufrimiento, ella infunde en
el corazón consuelo y esperanza, y nos
empuja a buscar a Jesús, el dador de toda bendición. El escapulario del Carmen
nos recuerda que esta experiencia de amor de María nos acompañará siempre,
hasta el final del camino. Ella estará con nosotros en la hora de la muerte,
esa ha sido siempre su promesa para los que lleven este
signo de su amor maternal.
Ella nos ayudará en nuestro encuentro definitivo con el
Señor. Esa es nuestra esperanza y el sentido de las promesas del escapulario.
¡Qué la Madre de Dios, Nuestra Señora del Monte Carmelo, nos
ayude a vivir con fidelidad y alegría nuestro seguimiento a Jesucristo, el
Señor! Amén.
¿Qué otros frutos añadirías tú de la devoción a la Virgen
del Carmen?
Para los que quieran seguir profundizando en el carisma mariano del Carmelo, y en la devoción a la Virgen del Carmen, aquí les presento un archivo con tres documentos sobre el tema: