lunes, 24 de agosto de 2015

Precareidad


Me asalta a veces un sentimiento muy agudo de precariedad. Veo a través de la ventana de mis días la fragilidad inmensa de mi existencia en el universo.

Mientras escribo un pájaro menudo picotea entre los geranios de mi balcón. Lo veo y sonrió.

Nos pasamos la vida aferrados a nuestras seguridades, ingenuamente nos figuramos que controlamos esto y aquello. Luego, un día cualquiera, en un aparente azar del destino, aquello que era tan sólido, tan seguro, se derrumba.

Vivir es un continuo desgarro.

Estamos arrojados a la existencia, expuestos a que nos pueda ocurrir cualquier cosa. Cambia un gobierno, sobreviene una guerra, perdemos la estabilidad económica, nos enfermamos, nos quedamos sin casa, sin trabajo, hoy nos quieren, nos aplauden, mañana nos abominan, nos rechazan, nos ningunean, nos dejan solos.

Mientras vivimos no hay seguridad.

El pajarito, sorprendido por mi mirada, se ha marchado disparado. Su fugaz visita me hace caer en cuenta de la existencia de mis geranios. Vuelvo a sonreír y prosigo escribiendo.

Hasta aquí soy capaz de sentarme en la mesa de los filósofos. Los mejores de entre ellos han tenido la lucidez de ver nuestro desamparo, y algunos incluso han bajado hasta las profundidades, al centro donde escuece la soledad, y han palpado el fondo abisal de nuestra vulnerabilidad.

Mejor que los filósofos, los poetas.

Muchos se quedan ahí, atónitos, enmudecidos frente al desfiladero por donde se van precipitando una tras otra las vanas ilusiones humanas, nuestros espejismos.

Lo bonito de vivir en el capitalismo de ficción, lo digo no sin ironía, es que procura sedarnos y distraernos para que no tengamos tiempo de pensar en asuntos tan gruesos. Así esta sociedad de vodevil, donde los peores crímenes se convierten en parte del espectáculo, va engendrando hombres existencialmente frágiles que cuando sufren una desgracia se desmoronan.

No nos educan para la reciedumbre, la virtud de lo recio, de mantener la entereza ante las adversidades.

Con la misma navaja afilada que percibo esta nuestra pobreza radical, ontológica, que es lo verdaderamente nuestro; en la otra cara de la moneda, entre tinieblas, abajo de la epidermis, confieso mi fe en la providencia de Dios.

Sin menoscabo alguno de mi libertad.

Mis actos libres tienen un límite, es evidente que me suceden cosas que no he escogido yo. Lo que sí está en mi mano es elegir la respuesta que voy dando a las incidencias del camino. Es el peso de mi presencia inexcusablemente libre en este mundo, de una existencia que asumo con alegría y que me fue dada de manera inconsulta.

Esa libertad que me hace responsable, es, siendo sincero, un gran regalo pero también un peso enorme en el vivir. Pero no renuncio a ella porque me juego mi dignidad.

A Marcelo no le sucede todo el mal que pudiera pasarle, en su vida acontece lo que Dios quiere o permite.

La conciencia de mi fragilidad, el sentido de la providencia, mi libertad, todo ello bien combinado está en el corazón del misterio de mi propia humanidad.  Me vienen a la mente algunas páginas de ese angustiado tan vehemente, don Miguel de Unamuno.

Quería hablar de esperanza, fíjate tú, quería hablar de solidaridad, y he escrito lo que estaba en el subsuelo del corazón. Florece lo que está sembrado. Como los geranios.

Confiamos totalmente nuestra vida a la misericordia de Dios.


 @elblogdemarcelo

2 comentarios:

  1. Qué lindo tu relato sobre los geranios, sobre los filósofos, sobre los poetas, sobre ti, incluso sobre tu dios, si es por él por quien eres así. Mi aplauso.

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    1. Balbina, muchas gracias, por tus palabras y tu generosidad,... Un abrazo grande

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