En la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, una de las más entrañables del calendario cristiano, se puede tener la impresión de que Nuestra Señora, elevada a una santidad singular en virtud de su excelsa misión como Madre de Dios, se encuentra muy distante, en su celestial trono de bellos querubes y estrellas relucientes, del resto de los mortales que tenemos que lidiar, sin descanso, con toda la resaca que nos ha dejado la semilla del pecado.
Un día, leyendo un libro de Jean Lafrance, comprendí un aspecto del misterio de la Inmaculada, y su relación con nuestra propia salvación.
Dios ha desbordado de tal manera su infinita misericordia en María, la Madre de su Hijo, que le ha "perdonado", en previsión de los méritos de Cristo, el pecado de Adán que hemos heredado todos.
Nadie en la historia de la humanidad ha recibido una misericordia tan grande como María.
Nadie en la historia de la humanidad ha recibido una misericordia tan grande como María.
Por eso ella, que conoce a fondo este misterio, es invocada con toda razón como Madre de misericordia y refugio de los pecadores.
Ella está cerca de nuestras debilidades, y nos levanta en nuestras caídas, pues en ella toda la humanidad ha sido bendecida con el regalo de la misericordia. Su excelsa santidad la hace cercana, primer testimonio del proyecto de amor misericordioso que Dios tenía con nosotros al enviar a su bien amado Hijo a la tierra.
Además, María Inmaculada es también Nuestra Señora del Camino Cotidiano, ella ha vivido en el claroscuro de la fe, soportando las dificultades de cada día, identificándose con los pobres y oprimidos, viviendo en esperanza la llegada del tiempo mesiánico, compartiendo con los otros, amando, perdonando, y renovando en cada jornada la donación que ha hecho de sí misma al creador, su entrega incondicional a él como su humilde servidora.
Por eso me gusta vivir esta festividad como una celebración de la misericordia de Dios para con María, y a través de ella para con toda la humanidad.
Les ofrezco en este día todo un clásico de la espiritualidad mariana : Las Glorias de María, escrito por san Alfonso María de Ligorio, una obra que a pesar de su estilo tan propio de la teología y la espiritualidad del siglo XVIII, nos ayuda a penetrar en el misterio de la madre de Dios, y, sobre todo, en esa experiencia de María como Madre de misericordia, que nos acompaña y sostiene en nuestro seguimiento de Jesús, el fruto bendito de sus entrañas, cuyo nacimiento celebraremos dentro de pocas semanas.
LAS GLORIAS DE MARÍA: DESCARGAR
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