Acompañar a Jesús en su Getsemaní, ser de los amigos que permanecen despiertos a la hora decisiva de la prueba y el conflicto.
Esta canción me conmueve, y, en cierta forma, me sacude por dentro.
Jesús, en el drama de su vida, ha tenido que enfrentar cara a cara la soledad y la angustia, el miedo que corroe por dentro a los hijos de Adán frente a los rigores tremendos del dolor físico, frente al abandono, y frente a la misma muerte.
El desamparo.
Jesús, un hombre bueno, que busca inútilmente el consuelo de sus amigos, y que acude al Padre, llama al Padre, se refugia en el Padre, ofreciendo clamores y lágrimas a quién puede librarle de la muerte. Aprende, sufriendo, a obedecerle.
Jesús revive ahora su Getsemaní en tantos y tantas que sufren: enfermos en hospitales, ancianos que no son atendidos y que vegetan olvidados en un asilo, padres de familia que no consiguen un empleo, presos en las cárceles, torturados, hombres y mujeres sometidos a deudas, embargos, desahucios, niños y jóvenes víctimas de la violencia, la guerra, el desamor, gentes sin amigos y amigas,...
Permanezcamos con ellos y ellas, permanezcamos con Jesús que vive y sufre en ellos y ellas.
Y cuando nos toque a nosotros, cuando el dolor, la angustia, la soledad llamen a nuestra puerta, ¡no desesperemos!,... Busquemos a Jesús, llamemos a Jesús, arrojémonos en sus brazos, él puede comprendernos porque se ha hecho hombre como nosotros y nosotras, no le son ajenas las fatigas humanas, ni le son indiferentes nuestros sufrimientos.
Son tres movimientos, como en el vals: permanecer fieles a Jesús a la hora de la prueba y la tentación, permanecer con Jesús en el sufrimiento del hermano y la hermana; permanecer con Jesús en la travesía de nuestros propios y personales sufrimientos.
Siempre, y en cualquier circunstancia de la vida, permanecer con Jesús.
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