Ha comenzado ya el Adviento, la Iglesia entera clama:
¡Maranatha, ven Señor Jesús!
Meditar sobre la segunda venida de Cristo, también llamada
Parusía, forma parte de este tiempo litúrgico que precede a la Navidad.
Generación tras generación, los cristianos confesamos con
alegría: ¡Cristo volverá!, no ya en la humildad de nuestra carne, sino en la
plenitud de su gloria, como juez universal, en el último día.
Del día del Señor, día
de juicio y también de liberación, habla abundantemente el Nuevo Testamento.
Nos encontramos ahora en el Adviento definitivo de la
historia. Esto es lo que propiamente llamamos los últimos tiempos, inaugurados por Cristo con su venida.
¿Cuándo sucederá esta manifestación definitiva del Señor? No
lo sabemos. Es más, si alguien nos anuncia la fecha y la hora exacta de la
venida del Señor y del juicio final, no le creamos: “Pero de aquel día y hora nadie sabe, ni siquiera los ángeles del
cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt. 24, 36)
Últimamente sufrimos, especialmente por Internet, una
verdadera avalancha de profecías y de visiones en torno a estos temas, muchas
de ellas anunciando castigos terribles a causa de los pecados de los hombres y
de la misma Iglesia. No seré yo quien juzgue sobre la veracidad de tales
manifestaciones carismáticas, pero es bueno saber que no estamos obligados a
creerlas y que, además, en ocasiones se apartan claramente de la ortodoxia de
la fe católica.
Además, muchas iglesias y sectas cristianas tienen una
doctrina escatológica que contradice las enseñanzas de la Iglesia. Algunas basan
su predicación del Evangelio en el anuncio de la venida del Señor como si fuera
ya inminente, a veces de una manera bastante tremendista.
No nos dejemos confundir.
Necesitamos discernimiento en todo. Tampoco se trata de
apagar el espíritu de profecía, sino de ser prudentes y dejarnos conducir por
el sólido fundamento de nuestra fe, cuyo garante es el magisterio eclesial.
Eso tampoco significa que nos despreocupemos del tema. Cada
generación de creyentes debería preguntarse si le tocará a ella presenciar la venida
del Señor, y actuar en consecuencia.
El Señor en repetidas ocasiones nos mandó a vigilar y a
estar atentos a los signos de los tiempos. Una forma de vivir este mandato del
Señor es observar lo que sucede en nuestra historia, e interpretarlo a la luz
de la Palabra de Dios.
Israel nos ha dado testimonio de esta lectura teológica del acontecer histórico. En la
tradición patrística, San Agustín, por ejemplo, en su obra La ciudad de Dios nos ha
ofrecido un modelo de cómo leer la historia desde el marco de la revelación
cristiana.
También nosotros estamos invitados a ir leyendo los
acontecimientos históricos en clave de fe. Analizar a la luz de la Palabra, por
ejemplo, hechos como la creciente apostasía de algunos países otrora cristianos,
el paganismo de muchas costumbres relativas a la moral sexual, la introducción
de leyes que atentan contra la dignidad de la vida humana, las crisis
económicas, el desarrollo armamentístico de las naciones más poderosas del
mundo, incluyendo las que poseen armas atómicas, las persecuciones contra los
cristianos en diversos continentes, los desastres naturales, etc.
¿Significa todo esto que es inminente la venida del Señor?
En realidad, no lo sabemos con exactitud, pero se nos conmina a orar y vigilar,
a permanecer fieles a Jesús, a dar testimonio y a hacer presente en medio de las
circunstancias que toca a cada uno la buena noticia del Evangelio.
No lo olvidemos: cada tiempo de la historia tiene sus
persecuciones y sus mártires. Es el signo de la autenticidad de nuestro
seguimiento a Jesucristo.
Una cosa es segura: Él es el Señor de la historia, caminamos
hacia su encuentro aún en medio de los acontecimientos seculares que parecen
adversos. La victoria final está garantizada.
Anunciemos la alegría de la segunda venida de Jesucristo, y
confesemos a todos la esperanza de este segundo Adviento: “Sí, vengo pronto”
¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús” (Apoc. 22, 20)
@MarceloMartín
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