Cada vez que llega enero, y estreno un nuevo almanaque, pienso lo mismo: a finales de este mes es mi cumpleaños.
He descubierto que cumplir años tiene sus ventajas, lo digo sin rintintín. Cuando estaba más joven, por ejemplo, no controlaba mis enfados, ni siquiera discriminaba si la razón de mi cólera valía la pena,...
Sí alguien hacía un comentario chorro, me enfadaba; si había que esperar el turno en una cola, me enfadaba; el tráfico de Caracas, me enfadaba; engordar unos kilos, me enfadaba; que alguien se tardara unos minutos en una cita, me enfadaba; dejar algo olvidado en casa, me enfadaba; si un chico me contestaba mal en clase, me enfadaba; si se me manchaba la camisa comiendo, me enfadaba,... Eso sin contar mis enfados mayúsculos con el gobierno, mi sueldo, los militares, la prensa, los bancos, hacienda, los funcionarios, los políticos, .. y algunas veces hasta con la misma Iglesia,...
Como se ve mis razones para andar enfadado eran prácticamente infinitas.
Pues bien, con los años he ido aprendiendo a administrar mis enfados. La experiencia de la vida te va enseñando a relativizar las cosas, a identificar qué es lo que importa y lo que no, y donde hay que poner la línea roja ¡No todas las cosas tienen el mismo valor!
Es una cuestión de realismo.
La ira era uno de los demonios contra los cuales peleaban los padres del desierto cristiano, el antídoto era siempre la paciencia, ese arte de afrontar las contrariedades de la vida sin perder la paz del espíritu.
Cuando tengamos un brote de cólera acudamos al botiquín de primeros auxilios del cristiano: frente a las ofensas, perdonemos; ante un error del prójimo, excusemos sus defectos con los nuestros; si estamos en una situación amenazante, demos gracias, oremos, confiemos en Dios. Sazonemos todo esto con una pizquita de humildad, y, como promete Jesús, nuestras almas encontrarán descanso y alivio.
Por supuesto, si la ocasión lo merece no tengamos reparo en enfadarnos, cuando estén en juego valores importantes, o el bien de nuestros hermanos, o se lesionan derechos básicos, ¡hay que defenderse! No hacerlo sería en muchos casos cobardía, o falta de coraje o incluso pecado de omisión.
Pidamos al Señor el don del discernimiento, para saber actuar con moderación y firmeza, en el momento oportuno y sin perder el control de nosotros mismos.
No prometo que lo que digo nos ayude a llegar hasta los 100 años, pero sea cual sea el tiempo de nuestra existencia, el arte de administrar los enfados es sabiduría pura para ir surfeando con gracia el oleaje de la vida.
@MarceloMartin
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