lunes, 15 de junio de 2015

La humildad: camino de sabiduría


Cae la noche. Distraído en mil asuntos, me resisto a cerrar el día.

Cada vez más voy tomando conciencia de mi fragilidad. He fallado tantas veces, que no puedo menos que ser precavido a la hora de valorar mis fuerzas. 

Jesús nos dirá, hablando sobre los juramentos, que nadie puede por más que quiera volver blanco o negro uno sólo de sus cabellos, o por más que se empeñe en estirarse crecer un palmo de estatura. Y concluye diciendo: aún las cosas más pequeñas están fuera de vuestro alcance, ¡cuánto más las mayores! (Mt. 5, 33-37)

Esto es una lección de realismo: no jures prometiendo que vas a hacer tal o cual cosa, no sea que no puedas cumplirlo, y te expongas a hacer un juramento en falso. Di sí, cuando sea sí; y no, cuando sea no. 

Mientras más vamos caminando por los caminos del Señor, más nos vamos conociendo en nuestra debilidad y miseria. Sin él no podemos hacer nada (Jn. 15,5).

Necesitamos ser sanados de nuestra soberbia congénita.

Aprender a ser humildes delante de Dios, haciendo nuestra la oración del publicano: "Señor, ten misericordia de mi pecador" (Lc. 18,9-14).

Aprender a ser humildes delante de los demás, resistiendo la tentación de buscar los primeros puestos del banquete, sabiendo que somos servidores los unos de los otros, y considerando a los demás como superiores a nosotros mismos (Lc. 14, 7-11).

Nuestro modelo de humildad es el propio Jesús, que se nos presenta como un maestro manso y humilde de corazón (Mt. 11, 28-30)

Estemos en guardia frente a falsas humildades que son virtud disfrazada y que atentan contra nuestra salud espiritual. Falsa humildad es, por ejemplo, infravalorarse o desconocer los dones de Dios en uno.

Humildad es andar en verdad, dirá Santa Teresa.

Y nuestra verdad más verdadera es que valemos mucho, somos hijos e hijas de Dios, creados a su imagen y semejanza, rescatados por la sangre de Cristo, llamados a una relación personal con nuestro Señor y Salvador. Santos por vocación.

Verdad verdadera es también que Dios nos ama tal cual somos. Aceptar con alegría esta inmensa misericordia es humildad en estado puro. El amor y la bendición divina no se merecen en sentido estricto, son gracia dada, bondad recibida y debemos acogerla con gozo y sencillez.

Dios ha pensado en nosotros, y no siempre elige a los mejores, sino a los que él quiere.

Otra falsa humildad, con la cual deberíamos estar prevenidos, es cuando nos escudamos en nuestra debilidad para no emprender grandes obras por el Señor. La tarea siempre sobrepasa nuestras fuerzas, pero si Dios nos encomienda una misión nos dará las gracias que necesitamos para llevarla a termino.

Abandonemos nuestros temores en el océano inmenso de la misericordia de Dios.

No determinarse a servir a Dios con todas nuestras fuerzas porque somos débiles y pecadores puede no ser humildad, sino pusilanimidad. 

Hoy día tiene mala prensa esto de buscar la humildad, pero es camino de sabiduría y de conocimiento realista de uno mismo.

La humildad es hermana gemela de la caridad. El humilde, como se conoce a sí mismo, es indulgente con los fallos y defectos ajenos. El humilde ama verdaderamente a la gente.

Pero sobre todo, el humilde goza de una paz indescriptible, no anda agobiado pensando que tiene que ser el más importante o el protagonista de la historia, ni figurar en la cartelera de los ganadores, ni singularizarse. Le basta con ser él mismo y ser fiel a su camino, consciente de que es débil y que puede tropezar en cualquier momento.

Tampoco se altera fácilmente cuando recibe humillaciones y descalificaciones. No le preocupa si los demás tienen una buena opinión sobre su persona o lo desaprueban. 

¡Oh santa libertad la de los verdaderamente humildes que no viven procurando el aplauso humano, sino que su corazón está centrado en Dios, el verdadero Señor a quien sirven!

De esta virtud evangélica estamos todos muy necesitados en la Iglesia.

Qué su misericordia nos cure de la ceguera tremenda de la soberbia, y nos haga fuertes y valientes para el combate de la humildad.

María, Madre de virtudes, concédenos la gracia de ser humildes. Amén.

@elblogdemarcelo

2 comentarios:

  1. Ha sido una reflexión generosa por tu parte que me invita a pensar y mejorar gracias un fuerte abrazo y que Dios te bendiga

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  2. Muchas gracias, Beatriz, en ese camino de mejoramiento estamos todos, un abrazo grandote y muchas bendiciones del cielo

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