¿Ciencia y religión se excluyen
mutuamente? ¿Son enemigos irreconciliables? De vez en cuando me he tropezado,
en compañeros profesores e incluso en algunos alumnos despistados, con
objeciones del tipo: "es
que yo soy científico, sabes, a mi esto de la religión pues no me va,..." A
veces no digo nada, a veces respondo con alguna ironía del tipo: "Y claro, seguramente yo vivo
en el Medioevo, tío".
Este prejuicio en contra de la religión es
tan fuerte que por más que lo explique, y lo vuelva a explicar, y lo re-diga
por activa y por pasiva, reflorece todos los años en las mentes de los jóvenes.
Por cierto, ¡qué virus tan espantoso son los prejuicios de cualquier estirpe!
Los expulsas por la puerta y se te cuelan por la ventana. Claro, no tienen un
fundamento racional, no se atienen a razones ni a conceptos claros y distintos,
son míticos en sentido estricto, es decir, creencias generalizadas que no se
someten a la razón crítica y que terminan condicionando la valoración que
hacemos de los hechos.
Quiero declarar desde mi fe católica que
amo entrañablemente la ciencia y el conocimiento, que bendigo a Dios por la
biología molecular, la física, la geología, la química, que me declaro
devotísimo del método científico y del experimento, de las hipótesis y los
estudios estadísticos.
Y porque los católicos amamos la ciencia y
el conocimiento, porque sentimos con particular apremio la necesidad de
cultivar todas las ramas del saber humano, la Iglesia promueve la educación alrededor
del mundo, patrocina universidades, institutos de investigación, academias, y entre sus filas hay matemáticos, físicos, astrónomos,
lingüistas, historiadores, sociólogos, médicos, etc.
Asumimos este nuestro amor al conocimiento
y al quehacer de la inteligencia humana desde una mirada creyente, es decir, pensamos
que el orden causal, las determinaciones, que descubrimos en los fenómenos que
estudia la ciencia no son fruto del azar o de la mera casualidad, sino que responden a un propósito, tienen un sentido y un significado. Investigar
este por qué primero, indagar sobre las preguntas
últimas, es tarea de la filosofía y también de la teología.
Que conste que no necesito conocer cara a
cara a Leonardo Da Vinci, por ejemplo, para saber que alguien, se llame como se
llame, dibujó y pintó la Mona
Lisa. Creer que este célebre cuadro se ha pintado solo, o por casualidad,
entre millones y millones de posibilidades que había en el universo, lo siento
pero atenta contra mi razón. Porque, además, basta mirar la pintura para darse
cuenta que la obra tiene una intención, esa sonrisa tan enigmática, esos
colores, esa mirada,... No señor, nada es casual, detrás está la mano de una
inteligencia creadora.
A mí me asombra, lo digo como lo siento,
que haya gente que se plante frente a la maravillosa "pintura" de la
naturaleza, pensemos por ejemplo en la belleza helicoidal del ADN molecular, y
afirme que todo ha surgido por simple azar. Y que argumenten que cómo no han
conocido en vivo y en directo al "Leonardo Da Vinci" que pudiera
estar detrás, pues han llegado a la conclusión de que, sencillamente, no
existe.
No le falta razón al diablo cuando le
aconseja a su bisoño compañero, en el conocido libro de C. S. Lewis "Cartas del diablo a su
sobrino", que procure alejar a su paciente humano de todo tipo de
argumento o razonamiento que busque la verdad pura y dura de las cosas, esas
razones de peso que no se conforman con la jerga que está de moda.
En este debate ciencia-religión es bueno puntualizar que ni la
Biblia ni la Tradición cristiana (con T mayúscula, please) dan respuesta alguna
al cómo se suceden los fenómenos, no son
manuales de ciencia ni son leídos o interpretados literalmente. Son textos
esencialmente religiosos, su clave hermenéutica es distinta, testimonian
verdades profundas que ha vivido, y celebrado, el pueblo de Dios a lo largo de
su caminar en la historia.
Nuestra fe en Dios se alimenta de nuestro amor
a la ciencia y al conocimiento, investigar y desentrañar los secretos del
cosmos suscita en nosotros sentimientos de admiración
y de estupor. Tantas
maravillas, tanta belleza, tanta sabiduría. Lo que existe, lo que descubrimos
con nuestra inteligencia testifica la presencia del creador: "Porque lo invisible de Dios,
desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus
obras: su poder eterno y su divinidad,..." (Rom 1, 20)
Tengo en la memoria algunas críticas que
meses atrás algunos medios dirigieron al programa de Religión porque se
proponía como objetivo, entre otros, suscitar en el alumno sentimientos de admiración ante la maravilla de lo que
existe. A estos criticones de oficio les mandaría a leer los primeros párrafos
de la Metafísica de Aristóteles, allí el filosofo nos
habla de que es, precisamente, la admiración, la sorpresa frente a la novedad
cotidiana del amanecer, el origen de
todo conocimiento.
Sobre este tema tan debatido siempre me
queda la sensación de que no he dicho lo suficiente, así que volverá a
aparecer, ya lo verán, y diré más cosas, que no termino nunca de explicarme,
y ya saben algunos como casi siempre me pilla el timbre con la palabra en la
boca.
Celebremos está feliz amistad de la
ciencia y la religión, cada una, eso sí, con su autonomía, pero llamadas a
dialogar y a complementarse mutuamente.
Auf Wiedersehen!
@elblogdemarcelo
Pienso lo mismo respecto a la existencia de un creador. Algo tan perfecto e inteligente como el universo simplemente no pudo salir de la nada como pensaba, por dar uno de millones de ejemplos, Asimov, al que sin embargo admiro muchísimo. Es un absurdo. Aunque mi postura es la misma respecto al dios hebreo y todas las religiones que parten de él. Pero de que existe un creador y una energía o inteligencia que lo gobierna todo, eso es un hecho. Saludos.
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