2º DOMINGO DE ADVIENTO: Una voz que nos invita

Una voz resuena: ¡Qué viene el Señor! ¡Ya llega!

Preparamos su camino renovando nuestra fe y nuestra confianza en él, fijos nuestros ojos en el manantial de su inmensa misericordia. 

Enderezamos el sendero confesando lo que somos, viéndonos en el espejo de su Palabra.

Pero hay que buscarlo en el desierto, como los primeros monjes de los siglos II y III; como Elías, el profeta; como el Israel que cruzó el mar Rojo y anduvo errante "por una soledad poblada de aullidos" (Dt. 32, 10); como Juan, el bautista, el precursor. 

En la soledad del desierto conozco lo que puedo, mi debilidad. Soy un ser vulnerable, precario, lleno de contradicciones y de miserias. Esa es mi verdad. 

El desierto es el despojo de todas mis máscaras.

Pero como decía una santa del Carmelo, un abismo atrae a otro abismo: el abismo de mi nada, atrae el abismo de su gran misericordia.

Escuchemos esta voz que nos invita. Huyamos al desierto. 

Como canta Juan de la Cruz, cuya fiesta celebraremos pronto: 

En soledad vivía, 

y en soledad ha puesto ya su nido,

y en soledad le guía, 

a solas su querido,

también en soledad de amor herido

(Cántico Espiritual B nº 35)

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