En mi clase de Religión nunca dejo pasar el tema del Día internacional contra la violencia de género, efemérides que celebramos el pasado 25 de noviembre.
Más allá de la especial sensibilidad de la cultura con temporánea ante el desafío de la igualdad hombre-mujer, o de la nueva conciencia mundial sobre la necesidad de erradicar la violencia en las relaciones de pareja; en mi caso particular, se trata, además, de un asunto que interpela directamente mi fe cristiana, y mi tarea como educador.
La verdad más honda que define a la condición humana, se sea hombre o se sea mujer, es, según la fe bíblica, su dignidad fundamental.
Precisamente, toda forma de atropello a la dignidad de las personas, contradice el plan de salvación y liberación que Dios tiene con cada ser humano.
La violencia hacia la mujer, y hacia los hijos e hijas, ataca el corazón mismo de Dios, vivo y presente en los rostros de todas las víctimas del maltrato.
El anuncio de la buena noticia cristiana, debería significar hoy la liberación del flagelo del machismo, es decir, de una cultura basada en la dominación y el control, el irrespeto y la violencia, en el seno de las relaciones familiares y de pareja.
Y es aquí donde la clase de Religión puede jugar un papel educativo y preventivo de primer orden, iluminando esta situación desde la perspectiva de la revelación cristiana, sensibilizando sobre la importancia de defender la dignidad de las mujeres y de la unidad familiar, educando en algunos valores humanos fundamentales: el respeto, la comunicación, la solidaridad, la tolerancia, etc.
Aprovechemos, en este sentido, el día 25 de noviembre para promover experiencias educativas que expresen nuestra solidaridad cristiana con todas las víctimas de la violencia en las relaciones hombre-mujer, especialmente con las más cercanas a nuestro entorno comunitario.
Concienciemos sobre la necesidad de identificar y erradicar cualquier forma de maltrato en las relaciones hombre-mujer, tanto el psicológico: amenazas, insultos, humillaciones, descalificaciones, etc., como el físico: agresiones, golpes, etc.
Condenemos expresamente el uso de la violencia, tanto física como psicológica, en las relaciones entre las personas, especialmente la que afecta a las mujeres, a los niños y a las niñas, y a otros colectivos de nuestra sociedad.
Anunciemos las verdades luminosas de la antropología cristiana: la dignidad básica de todo ser humano, la igualdad fundamental de las personas, el derecho a decidir por sí mismas su destino, y a recibir un trato justo y respetuoso
Propiciemos en clase un análisis crítico-reflexivo sobre el machismo, como ideología contraria a la buena noticia cristiana, presentemos un modelo alternativo de la relación hombre-mujer, basado en el respeto, la tolerancia mutua, el compromiso, el diálogo, etc.
Enseñemos a los alumnos y alumnas de Religión el respeto que merece la vida como valor en sí mismo, que aprendan a reconocer las situacionesde maltrato, y los rasgos básicos de personalidad de las personas maltratadoras.
Que los alumnos y alumnas sepan discernir y desmitificar los patrones y creencias sobre el amor de pareja que nos transmiten los medios de comunicación social, y el entorno cultural, y que pueden constituirse en justificativos ideológicos de futuras situaciones de maltrato.
Fomentemos la autoestima de los alumnos y alumnas, su desarrollo personal, la confianza en sí mismos, la autonomía, las habilidades sociales, todo lo cual constituye el mejor sistema preventivo para que no se conviertan en víctimas de situaciones de violencia de género.
Que el Espíritu de Dios nos ayude en nuestra tarea educativa, para que la nueva generación que egresa de nuestras aulas no padezca los estragos de la violencia doméstica, y la humanidad progrese hacia un mundo más igualitario, digno y humano, un mundo más feliz, tanto para las mujeres como para los hombres. Amén.
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