Nos vamos acercando a la solemnidad de Pentecostés, la fiesta del Espíritu, el broche de oro de la Pascua.
En medio de nuestro desconcierto ante una situación económica que no termina de enderezarse, enfrentando la tentación a la desesperanza que atenaza muchos corazones que buscan sin éxito un empleo para vivir, o que están agobiados por deudas, por enfermedades, por tantas tribulaciones y lágrimas.
La soledad de quien carece de una mano amiga donde apoyarse.
Cuando parece que las fuerzas del mal dominan los entresijos de la historia, el egoísmo de los que acumulan beneficios y prebendas aún a costa del sufrimiento, y la muerte de sus hermanos y hermanas.
Frente a la ceguera y, me atrevería a decir, el cinismo de unos gobernantes que han claudicado de su misión de servicio a los ciudadanos y ciudadanas, y sólo gobiernan a favor de la banca y del capital financiero.
Como dice Alí Primera en una de sus canciones: "El que se llena la barriga, se olvida del que no come".
En esta hora, nosotros, seguidores de Jesucristo, desde distintos lugares, en la diversidad de lenguas y culturas que tejen nuestro mundo, invocamos al Espíritu y decimos: ¡VEN, ESPÍRITU SANTO!
Para que el Evangelio de Jesús sea, de verdad verdad, una BUENA NOTICIA para nosotros y nosotras, para Europa, para España.
Necesitamos un corazón de carne, que Dios nos infunda el Espíritu de su amado Hijo, y meta su ley de amor en nuestro pecho.
Necesitamos el carisma de la CARIDAD
Un espíritu de amor y de misericordia; de valentía para denunciar la injusticia y defender la dignidad de los seres humanos; un espíritu de fraternidad y de ternura para que nos perdonemos mutuamente, se caigan las vendas de nuestros ojos, y reconozcamos la presencia del Resucitado en todas las víctimas: los pobres, los hambrientos, los débiles, los que sufren.
¡Qué venga El ESPÍRITU SANTO, y encienda en la humanidad el fuego del AMOR!
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