Mi primer encuentro con el marxismo ocurrió el primer año de
mi vida universitaria y no fue muy afortunado. Se me enseñó en clase un arsenal
de conceptos de corte manualesco, recuerdo en particular un libro: “Conceptos elementales del materialismo histórico” de Marta
Harnecker, que había que repetir todo el tiempo de una manera más o menos
literal.
A pesar de que el marxismo se presentaba a sí mismo como una
propuesta “anti-dogmática” de análisis de lo real, lo cierto es que todo su
planteamiento me pareció desde el principio bastante rígido, una especie de
credo que había que abrazar con una fe cuasi religiosa.
Cualquier insinuación de desacuerdo era interpretada como
una concesión a la ciencia social “burguesa”, justificadora de las
desigualdades de la sociedad capitalista. Un verdadero atentado contra la
ortodoxia oficial de la facultad.
En clase todo el mundo se expresaba con la terminología
típica del marxismo.
No sé cómo se sienten los estudiantes universitarios cuando
son sometidos a una imposición ideológica de esta naturaleza, pero en lo
personal me sentía intelectualmente vacío y decepcionado. Lamentablemente este
es el ambiente que aún hoy día se respira en muchas universidades.
Una vez me atreví a discutir con un profesor que impartía
una asignatura llamada “Teorías del subdesarrollo”, la cual se redujo, por
cierto, a leer y comentar durante un semestre la obra de Lenin: “El imperialismo como fase superior del capitalismo”.
El impase se suscitó cuando el docente nos exponía en clase que
la historia del mundo se dividía no en “antes” y “después” de Cristo, la fórmula
tradicional de occidente, sino que el elemento central era la revolución
bolchevique de 1917. En ese momento, impulsivamente, levanté mi mano y le
expresé que me parecía arbitrario y desproporcionado comparar los cambios
culturales que el cristianismo introdujo en el mundo, con el surgimiento del Estado
comunista.
Su respuesta fue bastante violenta. Me habló de mi “falsa
conciencia”, de mi falta de estatura intelectual para cuestionar sus
planteamientos, de que iba a necesitar años y años de lecturas para poder rebatir
sus ideas. En una palabra, como se dice en el argot venezolano, me tragó vivo.
A nadie le extrañará que superé la evaluación de esa materia
con un aprobado justito. Y eso que permanecí calladito el resto del curso.
Desde el punto de vista del pensamiento marxista, por lo
menos del que yo conocí en esos años, no cabía el libre debate de las ideas, ni
la confrontación de planteamientos. Sencillamente, aquel que no pensara igual a lo mandado se convertía en enemigo del pueblo y de la
revolución. Y punto.
Siempre me he preguntado por qué una filosofía con un
talante tan liberador y humanista como el
marxismo, tan sensible a valores como la justicia social y la igualdad, deviene
en un sistema tan poco creativo, tan opresor de la libertad y de la conciencia.
Observo que lo revolucionario, cuando se establece como
pensamiento dominante, se convierte en un sistema intelectual rígido,
cosificado y conservador, enemigo de la disidencia.
En una dictadura del pensamiento único.
Gracias a los jesuitas de la parroquia universitaria, a
quienes debo muchísimo en mi formación, mi segundo encuentro con el marxismo fue
mucho más positivo y enriquecedor. Recuerdo especialmente la cátedra libre “Monseñor Romero” y el debate que se
suscitó en el cristianismo latinoamericano en torno a la teología de la liberación,
que tenía como telón de fondo, precisamente, el marxismo.
En este contexto mi visión de la filosofía de Marx cambió
totalmente, quizás porque lo estudiaba en un ambiente de libertad y diálogo, de
búsqueda y confrontación, de respeto a la razón. En una palabra, ¡podía
respirar!
De todo esto espero comentarles en una próxima entrega.
@elblogdemarcelo
Espero tu próxima entrega, Marcelo, me gusta como escribes. El primer capítulo me ha gustado. Tu enfoque americano (y lo digo reivindicando un patronímico que no ha de ser sólo de unos cuantos) siempre me muestra otra cara del prisma interesante. Abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias, Balbina, por tu hermoso comentario. Somos el fruto de un contexto, de un conjunto de circunstancias que confluyen en nosotros, y que nos van moldeando. Me he pasado media vida dialogando con el marxismo, voy a intentar comentar las historias de ese diálogo. Un abrazo
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