La
agonía de Jesús en Getsemaní es una narración llena de vida y de energía.
"Agonía" significa lucha y combate.
Cada evangelista nos ha transmitido detalles propios que enriquecen la
contemplación de la escena. Son cuatro retratos diferentes de un mismo
personaje: Jesús que sufre y que ora.
Jesús
oró muchas veces en su vida; pero ahora su oración reviste un carácter único y
trascendental de combate y de lucha: se trata de aceptar el sacrificio de su
propia vida, a pesar del dolor que eso implica. Jesús no quiere estar solo.
Quiere testigos, pero desea una compañía reducida, más íntima que la de los
Doce; por eso toma consigo sólo a Pedro, Santiago y Juan, los discípulos
preferidos (cf. Mc 5,37; 9,2).
Jesús
"comenzó a sentir pavor y angustia", y una "tristeza
mortal". La intensidad de ese dolor hace que Jesús
se aparte aun de los tres amigos, para hundirse él solo en una plegaria a su
Padre. Las actitudes y palabras de Jesús, con ser parecidas, presentan sin embargo
matices diferentes en cada uno de los evangelistas.
Marcos
escribe: "Caía sobre la tierra y oraba...: '¡Abbá, Padre, todo te es
posible; aparta este cáliz de mí. Pero no lo que yo quiero, sino lo que
tú!'". Mateo, por su parte, afirma: "Habiéndose adelantado un
poco, cayó sobre su rostro, orando y diciendo: '¡Padre mío, si es posible, que
pase de mí este cáliz. Sin embargo, no como yo quiero, sino como tú!'". Y
Lucas observa: "Habiendo doblado las rodillas, oraba diciendo: '¡Padre,
si quieres, aparta este cáliz de mí. Sin embargo, no se haga mi voluntad, sino
la tuya!'".
La
lucha interior de Jesús, su intensa oración y su enorme sufrimiento fueron tan
hondos, que "su sudor se hizo como gotas de sangre que caía sobre la
tierra". Dos fueron los motivos que causaron el terrible sufrimiento
de Jesús.
Primero:
Jesús sufrió con pavor, angustia y tristeza, al presentir su muerte: una muerte
próxima y terriblemente infame, que pondría término violento a su existencia en
la plena madurez de su vida, y que sería fraguada por sus enemigos. Jesús
siente, en efecto, que es "la hora de ellos y del poder de la
Tiniebla" (Le 22,53).
Segundo:
Jesús sufrió sobre todo "en su espíritu"; lo que pasó en el alma de
Jesús durante esa agonía es secreto exclusivo de él y de su Padre. Su oración y
sus sufrimientos tuvieron un carácter salvífico. Jesús sabía que su Padre le había
confiado una misión dolorosa y redentora, figurada en la del Siervo de Yahveh.
En varias ocasiones él había presentido ese destino de dolor y lo había
predicho; y en los últimos días ese presentimiento se había agudizado (Me 8,31;
10,32-34; 12,1-12; 14,8.17-31).
El
cáliz es en el AT una metáfora que sirve para designar un castigo de la cólera
divina. Cuando en su oración Jesús alude al cáliz y lo acepta, está aceptando voluntariamente
que sobre él caiga el juicio que normalmente debería caer sobre sus hermanos
los hombres a causa de sus pecados. Jesús está exento de pecado, pero si sufre
por los pecados de los demás, su sufrimiento es entonces vicario y redentor
(Cf. Cat. Igl. C. n. 612).
Nuevamente
aquí se dibuja la misión de Jesús, Sacerdote y Víctima, que se entrega para la
salvación de los hombres, derramando su sangre. El autor de la Epístola a los
Hebreos escribirá: "Si la sangre de machos cabríos santifica los
contaminados..., ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Santo se
ofreció a sí mismo inmaculado a Dios, purificará de las obras muertas nuestra
conciencia para rendir culto a Dios vivo!" (Hb 9,14).
El
ángel del cielo que viene a confortarlo es signo de la asistencia soberana y
llena de amor del Padre para su Hijo Jesús, en este momento trágico de su vida.
El no está solo. ¡Adelante! ¡A la lucha y al triunfo; al combate y a la
victoria!
Juan
no ha narrado la oración de Jesús; pero lo presenta en perfecto dominio de sí
mismo y con toda la autoridad de su fuerte personalidad. Él es quien guía los acontecimientos.
Todo depende de él. Por eso, cuando llegan a prenderlo, él mismo sale al
encuentro de la gente y pregunta: "¿A quién buscáis?". Al
saber que es a él a quien buscan, responde con un "¡YO SOY!" lleno
de majestad divina, que hace caer por tierra a los que van a prenderlo. Esto
quiere decir que al Verbo-hecho-carne nadie le puede echar mano. Si Jesús es
aprendido, es porque él mismo se entrega voluntariamente. Y se entrega porque ésa
es la voluntad de su Padre. El, como buen pastor, va a dar libremente su vida
por sus ovejas (Jn. 10,18); por eso precisa: "Si me buscáis a mí, dejad
marchar a éstos". Así se cumplía lo que había dicho: "No he
perdido a ninguno de los que me has dado" (Jn. 18,8-9).
Salvador
Carrillo Alday, El Señor es mi pastor, Pp. 154-157.
Excelente, muchas gracias
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