Yo era un adolescente solitario, que escuchaba música de los Beatles, y la mezclaba con el palique protestón de Alí Primera, mientras el resto de la humanidad, gentes in de clase media, se contorsionaba bailando disco-music, hechizados por los ¡aahh! de Donna Summer y las performances del Village People
Estudie en un buen colegio pago donde todo el mundo quería ser ingeniero,
abogado, administrador, médico. Elegí seguir la carrera de Trabajo Social, no sólo por fastidiar y dar la tabarra. A veces creo que fue una de mis primeras quijotadas, aunque, después de todo, la vida me ha puesto en mi sitio: la docencia.
En esos años, muchos de mis compañeros pasaban sus vacaciones en Miami, una ciudad estadounidense que ni conocía. Por mi parte, nunca estuve en Disneyworld, ni me compré unos Adidas, ni había empleada en casa.
No estoy resentido por ello, para nada. Constato, simplemente, que me sentía atrapado entre dos mundos.
Vivía en un pisito alquilado de clase media-media, lo de "media-media" es una clasificación muy a lo criollo. Lo que más extraño de las calles de mi adolescencia: los árboles.
Vivía en un pisito alquilado de clase media-media, lo de "media-media" es una clasificación muy a lo criollo. Lo que más extraño de las calles de mi adolescencia: los árboles.
Cuando miraba el universo desde mi pequeño balcón clasemediero, y me tropezaba con los cerros caraqueños, me daba piquiña en el ojo (y en el alma).
Nunca me conformé con las respuestas que me dieron los profes sobre el asunto de la pobreza. Tampoco a los del colegio parecía preocuparles mucho el tema. Cosas.
Mis padres, emigrantes canarios, nunca repitieron en casa el
típico discursito de los europeos en Venezuela: los pobres criollos son
pobres porque son flojos, no se organizan, son corruptos, fiesteros y desordenados. En este sentido, ahora que lo pienso, soy un
privilegiado.
Cuando escuchaba a los hijos de españoles, portugueses,
italianos, a los compañeros de mi salón, de mi cuadra, del club, de la parroquia, repetir el consabido discursito éste, me sentía, francamente, desconcertado.
Me daba la impresión de que les habían lavado el cerebro, para que vieran como normal el sufrimiento de los pobres. Nada más.
Así, por lo visto, no les daba la piquiña que digo.
Me daba la impresión de que les habían lavado el cerebro, para que vieran como normal el sufrimiento de los pobres. Nada más.
Así, por lo visto, no les daba la piquiña que digo.
Hoy día vengo escuchando el mismo discursito, pero desde otros contextos: la
España del norte, con respecto a la España del sur; la Europa del norte con respecto a la Europa del
sur. A veces, me da la risa.
Yo sigo pensando que se trata de ideología pura y dura.
Entretanto, escucho American Pie, no vaya a ser que a estas alturas del campeonato me dejen de escocer los ojos por las cosas que hay que ver.
@MarceloMartín
excelente uufffffffffff me encantó ,un abrazo
ResponderEliminarGracias Beatriz por tu comentario, me alegra un montón que te haya gustado,
Eliminarun abrazo para ti también,...
Marcelo
Que te parece amigo, que discursito tendrán ahora?, ¡no me los quiero imaginar!.
ResponderEliminarPero me digo algo, aquellas personas que madrugan para ir a sus trabajos,incluyendo mujeres con niños recién nacidos, nunca los ven?, o vieron?.
La corrupciòn siempre ha sido nuestro problema, pero fìjate por allá también se da.
Un abrazote para tì.
Gracias Irene, por eso mientras mayor sea nuestra responsabilidad en el destino de los otros, mayores serán las consecuencias de nuestra actuación frente a la sociedad.
EliminarSí, amiga, la corrupción, con distintos matices y formas, es un mal universal. Un saludo