Un canto de Navidad con todo el sabor tradicional de la música andina. El misterio santo de Belén al compás del charango, la quena, la zampoña y el bombo.
Escuchando esta canción nos damos cuenta que en las entrañas de nuestra América el cristianismo se convirtió en cultura.
La fe en Jesucristo está en el alma misma de los pueblos del continente, expresada según las diversas tradiciones y las señas de identidad de cada pueblo o nación.
Es la América descalza, la que puebla los santuarios marianos de Aparecida y Guadalupe, sigue a los nazarenos en la tarde del Viernes Santo, y reza al Divino Niño en la noche de Navidad. Todavía no ha sido alcanzada totalmente por esa ola de laicismo abrasador que asola a las naciones opulentas del primer mundo.
La globalización quiere homogeneizar todo, ¡hasta la Navidad! que consumamos los mismos productos, que vistamos las mismas marcas, y que celebremos estas fechas de la misma manera: sin referencias a Jesús, y, sobre todo, comprando, comprando, comprando.
(La globalización tiene un no sé qué de triste y aburrida. Nada parecido a la alegría de colores de un pueblo en fiesta)
Cuánta belleza y verdad descubrimos en este canto ¡Qué entrañables los rostros de estos niños andinos!
¡Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que canta a Jesucristo!, porque celebrar al Emmanuel es afirmar la dignidad única de la condición humana.
¡Qué en esta Navidad sepamos descubrir la gran riqueza cultural de los pueblos que la celebran! Ello constituye un patrimonio de todos los cristianos.
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