martes, 2 de noviembre de 2010

LOS FIELES DIFUNTOS: "Cuando suene la trompeta"

Siendo un adolescente, en Caracas, asistí a un funeral de un hermano cristiano evangélico y en el culto que celebraron se cantó esta canción que les traigo: "Cuando suene la trompeta". Recuerdo la impresión de fe y alegría que sentí en medio de aquellos hermanos, ante esta sencilla confesión de la esperanza cristiana, que con imágenes del Apocalipsis, evoca nuestro destino definitivo: participar del gozo eterno de Dios, en la victoria luminosa de Jesús Resucitado, en la comunión de los renacidos en Cristo.

Nuestra sociedad postmoderna evita pensar en la muerte. Le huye, la esconde,...Se pretende vivir, como si la muerte le sucediera a otros,... hasta que nos sorprende cerca, un ser querido quizás, o en carne propia, cuando nos llega la hora.

La muerte forma parte de nuestro itinerario existencial.

Sí, tú y yo, moriremos.


Aceptar esta realidad no es fácil para nadie. Y hay muertes tremendas, muertes repentinas, muertes en campos de batalla, de gente joven, de padres con hijos, por una enfermedad dolorosa, en actos de violencia,...Muertes que ponen a prueba nuestra fe y nuestra confianza en el amor de Dios.

Y nos sentimos rotos por dentro, tristes, impotentes, ante el misterio tremendo de la muerte. No hallamos consuelo. El mismo Señor experimentó estos sentimientos cuando lloró por la muerte de su querido amigo Lázaro: "Jesús se echó a llorar" (Jn. 11, 35).

El morir nos repugna, se opone a nuestro apego irrefrenable a la vida.

Unamuno, el gran pensador español, en su obra "El sentimiento trágico de la vida", nos habla precisamente de este dilema que desgarra al hombre: saber que morimos sin remedio y no querer morirse de ninguna de las maneras; desear secretamente la inmortalidad y carecer de una certidumbre absoluta sobre lo que sucede cuando atravesamos el umbral de la muerte. Para él, se trata del problema fundamental de la existencia.

Hoy, cuando la Iglesia recuerda a los difuntos, y nos invita a orar por ellos, es propicio recordar la buena noticia cristiana: la muerte, la tuya y la mía, ¡la de todos y todas!, no tiene, ni tendrá, la última palabra en nuestra existencia,...¡Resucitaremos! ¡Volveremos a la vida!

La muerte ha sido derrotada.

En Cristo, resucitado de entre los muertos, primicia de todos los que resucitan, se nos ha dado la prenda de nuestro futuro: participaremos de la gloria, llena de luz, de la Pascua, seremos transfigurados en él, para alabanza de su gloria.

Allí el Señor enjugará toda lágrima, cambiará nuestro luto en fiesta, el mismo danzará en medio de su pueblo: "El exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta" (Sof. 3, 17-18).

Oremos por tantas personas que han perdido a sus seres queridos, y se sienten solas y deprimidas, que seamos instrumentos del consuelo de Dios, embajadores de su amor para estos hermanos y hermanas que sufren.

Hay gente tan herida ante el drama de la muerte, que más que grandes discursos sobre lo que creemos nosotros, lo que en verdad necesitan es que los acompañemos simplemente, estar con ellos, un buen abrazo lleno de afecto, un escucharles con cariño y atención,...

Oremos también por nosotros, para que el Señor nos encuentre dispuestos y trabajando por el bien de nuestros hermanos y hermanas, intentando hacer en todas las cosas su voluntad, ...

Para que cuando allá se pase lista, y digan nuestro nombre, ... sintamos la dicha inmensa de decir: ¡Aquí estoy, Señor Jesús! ¡ Aleluya!

" Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni llegó al corazón del hombre, lo que Dios tiene preparado para los que lo aman " (1 Cor. 2,9)

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