Hoy celebramos la conversión del apóstol San Pablo, uno de los personajes de la primera hora de la Iglesia, figura central de la revelación del Nuevo Testamento.
Pablo, testigo eximio de la gracia misericordiosa de Dios, que actúa en nosotros más allá de lo que podamos pensar o desear.
La conversión siempre tiene algo de milagroso, es más, ella es en sí misma un prodigio, porque la transformación de la persona es obra de Dios en nosotros, y aunque se nos pide colaboración y entrega, quien nos cambia realmente es el Señor.
Sí, lo creo de corazón, el Señor Jesús puede cambiarnos y transformarnos.
En este día, pido a Cristo el don y la gracia de la conversión, confiado en la fidelidad de Aquel que nos llamó.
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