He encontrado en el blog de @SueHortig una entrada muy interesante sobre un asunto sumamente delicado, y que hasta ahora no he abordado en esta bitácora, básicamente porque me resulta muy doloroso desde todo punto de vista: Los casos de pederastia de algunos sacerdotes y religiosos de la Iglesia Católica.
El tema para mi es del mayor interés dado el tremendo impacto que ha tenido en la opinión pública, y por tratarse de un problema relacionado, principalmente, con el ámbito educativo.
He decidido reproducir el texto en su integridad. Ojalá su lectura nos ayude a ver otra perspectiva sobre un tema ciertamente difícil, y que a nosotros, cristianos y educadores, nos debe mover a estar vigilantes, atentos en la reflexión y el discernimiento.
¿Por qué cuento esto? Porque quiero que vaya por delante que imagino, más bien, que imagino que no puedo ni imaginar lo que supone ser víctima de abusos sexuales. Una vida entera destrozada, una familia rota por el dolor. Sin embargo, llega un momento en que es necesario analizar fríamente los datos antes de dejarse llevar por los prejuicios. Es lo justo. El que lo hace, que lo pague. Pero los demás, no, por favor.
Dicho esto, te invito a leer una historia. No sé si es cierta o falsa pero tampoco importa, porque sus argumentos son aplastantes.
(Por cierto, si alguien me explicara el chiste del final, me haría muy feliz...).
"Era un martes de madrugada, hace ya muchos años. Yo volvía a casa de un concierto de jazz. Llegué al portal. No vi que me habían seguido. Cuando abrí la puerta, un hombre me empujó dentro y trató de violarme. Conseguí escapar sin un rasguño, pero tardé varios meses en poder salir a la calle sin miedo de día, y dos años en hacerlo de noche. Y no me considero ni más cobarde ni más valiente que cualquiera.
¿Por qué cuento esto? Porque quiero que vaya por delante que imagino, más bien, que imagino que no puedo ni imaginar lo que supone ser víctima de abusos sexuales. Una vida entera destrozada, una familia rota por el dolor. Sin embargo, llega un momento en que es necesario analizar fríamente los datos antes de dejarse llevar por los prejuicios. Es lo justo. El que lo hace, que lo pague. Pero los demás, no, por favor.
Dicho esto, te invito a leer una historia. No sé si es cierta o falsa pero tampoco importa, porque sus argumentos son aplastantes.
Era sólo la tercera vez que me pasaba en mis 35 felices años como sacerdote, las tres veces en los últimos 9 años y medio. Otros sacerdotes me cuentan que les ha sucedido muchas más veces. Pero tres son bastante. Cada vez me agitó hasta la náusea.
Sucedió el pasado viernes. Acababa de llegar al aeropuerto de Denver para hablar en su popular convención anual, Living Our Catholic Faith. Mientras esperaba al tren eléctrico que me llevase a la terminal, un hombre de unos cuarenta y pico años, que también estaba esperando, se me acercó.
"¿Es usted un sacerdote católico?", preguntó con amabilidad.
"Sí, claro. Mucho gusto", le dije, tendiendo mi mano. Él la ignoró.
"Crecí en un hogar católico", respondió. Yo no estaba preparado para el filo aguzado de su estileto. "Ahora soy padre de dos chicos, y no puedo mirarle a usted ni a ningún otro cura sin pensar en un abusador sexual".
¿Qué responder? ¿Chillarle? ¿Pedir disculpas? ¿Expresar comprensión? Admito que todas esas reacciones vinieron a mi mente mientras me debatía entre la vergüenza y la rabia por el daño y la herida que infligía con esas palabras punzantes.
"Bueno", me recobré lo suficiente; "sin duda, lamento que lo sienta así. Pero, déjeme preguntarle... ¿automáticamente cree ver un abusador cuando ve un rabino o un ministro protestante?"
"En absoluto"
"¿Y cuando ve un entrenador, un líder boy scout, un padre de acogida, un consejero o médico?"
"Por supuesto que no", respondió. "¿Qué tiene que ver con esto?
"Mucho", respondí. "Porque cada una de esas profesiones tiene un porcentaje de abusadores tan alto, quizá más, que los sacerdotes".
"Quizá", admitió. "Pero la Iglesia es el único grupo que sabía lo que pasaba, no hizo nada, y se limitó a pasar los pervertidos de un lado a otro".
"Parece obvio que usted nunca vio las estadísticas sobre los profesores de colegios públicos", comenté. "Solo en mi ciudad de Nueva York, los expertos dicen que la proporción de abusos sexuales entre profesores de la escuela pública es diez veces más alta que entre los sacerdotes, y esos abusadores, simplemente, fueron transferidos de un sitio a otro".
[Si hubiese conocido las noticias del New York Times del pasado domingo sobre la alta tasa de abusos contra los más indefensos en la mayoría de hogares tutelados por el estado, con abusadores simplemente transferidos de un hogar a otro, también lo hubiera mencionado].
No respondió, así que continué.
"Perdone que sea tan contundente, pero usted lo fue conmigo, así que permítame preguntar: ¿cuando usted se mira al espejo, ve un abusador sexual?
Ahora era él quien se sobresaltaba como yo antes. "¿De qué demonios me habla?", dijo.
"Es triste, pero los estudios nos dicen que la mayoría de los niños abusados sexualmente son víctimas de sus padres o de otros miembros de la familia", respondí.
Ya era bastante. Le vi inquieto y traté de suavizarlo.
"Le diré que, cuando le veo a usted, yo no veo un abusador, y apreciaría la misma consideración por su parte".
El tren nos había llevado a la zona de recogida de equipajes y salimos juntos.
"Bien, entonces ¿por qué sólo oímos toda esa basura acerca de ustedes los curas?", preguntó, pensativo.
"Lo mismo nos preguntamos los curas. Tengo una serie de razones, si le interesa".
Asintió mientras caminábamos hacia la cinta transportadora.
"Por un lado, los curas merecemos un escrutinio más intenso porque la gente confía más en nosotros, ya que osamos afirmar que representamos a Dios, así que si uno de nosotros hace esas cosas, aunque sólo una diminuta minoría lo haya hecho, es más desagradable. Segundo, me temo que hay muchos por ahí que no aman a la Iglesia y hacen lo que pueden por dañarnos. Este es un tema con el que adoran azotarnos sin descanso. Y tercero, y odio decirlo, se puede sacar mucho dinero denunciando a la Iglesia Católica, mientras que apenas vale la pena denunciar a alguno de los grupos que comenté antes".
Ahora ambos teníamos ya nuestro equipaje y nos dirigimos a la puerta. Él tendió su mano, la que 5 minutos antes no había tendido. Nos dimos un apretón. "Gracias, encantado de haberle conocido", dijo. Se detuvo un momento. "¿Sabe? Pienso en los grandes sacerdotes que conocí de niño. Y ahora, que trabajo en IT en la Regis University, conozco algunos jesuitas devotos. No deberíamos juzgarles a todos ustedes por los horribles pecados de unos pocos".
"Gracias", sonreí. Supongo que las cosas se habían arreglado porque, mientras se iba, añadió: "al menos, le debo un chiste: ¿qué sucede si no puedes pagar a tu exorcista?"
"Ni idea", respondí.
"Una re-posesión"
Nos reímos y nos separamos. Pese al final feliz, aún temblaba y casi sentí que necesitaba un exorcismo para expulsar de mi alma sacudida el horror que todo este asunto ha significado para las víctimas y sus familias, para nuestros católicos, como ese hombre... y para nosotros, los sacerdotes."
Susana Hortigosa
Si quieres conocer algo sobre la historia de la autora puedes consultar:
Fabuloso post,me estremeci al leerlo...que respuestas tan verdaderas y transparentes dio el sacerdote...guauuu!!! que rico es defender tu Fe, tu iglesia de esta manera, con sabiduria, humildad y la bella paciencia...AMOR!
ResponderEliminarMil bendiciones.
Gracias por tu comentario, te acompaño en tu deseo de amar a la Iglesia con sabiduría, de pedir con fe la gracia de saber dar una respuesta justa a todo aquel que nos pida razón de nuestra esperanza, incluso en un tema tan difícil como este,...Un abrazo
EliminarMarcelo
Esto es mas real de lo que pensamos. Yo soy protestante, y tambien vivimos situaciones similares, ya sea por abuso o por rechazo que han hecho unos pocos. Pero lo mas importante es responder sabiamente, con Dios a nuestro lado, para que esa persona comience un proceso de sanidad. Tremendo artículo. Dios te bendiga.
ResponderEliminarhttp://devocionnatural.blogspot.com
Muchas gracias, Alexis, veo en tus palabras esa gracia de la fraternidad cristiana, esa experiencia del amor de Jesús que nos hace verdaderos hermanos en el amor de Dios. Coincido contigo, en que necesitamos ser instrumentos de sanación interior para los demás, y pedirle al Señor una palabra de luz y de consuelo, para saber levantarnos y seguir a Cristo, dando testimonio de Él. Un saludo fraterno desde Tenerife
EliminarSaludos Marcelo. Gracias por abrir tu espacio y seguir aprendiendo de situaciones que suceden en otras partes del mundo. Bendecido.
ResponderEliminarGracias a ti, Alexis, por tu comentario, son palabras que me animan a seguir compartiendo y aprendiendo. Un abrazo
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