Recuerdo cuando era un jovencito que se iniciaba en los caminos de Dios, la profunda impresión que me causó la lectura de una de las primeras encíclicas de Juan Pablo II: Dios rico en misericordia (Dives in misericordia). Allí el Papa polaco va desvelando, a través de un largo recorrido por las Escrituras, con especial énfasis en la parábola del Hijo Pródigo, el rostro que Jesús, en su misterio, nos ha mostrado del Dios vivo: El Padre misericordioso.
Coincidió que días después hice un retiro de sanación interior y una de las conferencias trataba precisamente sobre el tema de la misericordia de Dios. Nunca olvidaré la definición que nos dio el sacerdote sobre la palabra misericordia, formada por la unión de dos vocablos: miseria y corazón, y que revela el ser mismo de Dios que pone su corazón paternal en las miserias de sus hijos e hijas.
El tiempo litúrgico que estamos viviendo, la cuaresma, es una invitación a experimentar en nuestras vidas la misericordia de Dios, que viene a curarnos por dentro, a liberarnos, a restaurar en nosotros la preciosa imagen de su bien amado hijo Jesucristo.
Comprendemos la grandeza singular de la misericordia divina, cuando la contemplamos a la luz de nuestro pecado.
Porque el pecado es un asunto absolutamente serio.
Cierta mentalidad relativista, que invade nuestra sociedad actual, ha oscurecido en muchos ambientes el sentido mismo del pecado. Se ha perdido la conciencia de las consecuencias de las acciones que libre y responsablemente cometemos.
Cuando erramos el camino, cuando desobedecemos a Dios, cuando no vivimos según la norma del Evangelio, cuando no practicamos la justicia y el derecho, cuando nos dejamos seducir por la concupiscencia, sencillamente, pecamos.
Y el salario del pecado es la muerte.
El pecado es un amo tiránico que coarta nuestra libertad, y como dice Jesús nos convierte en su esclavo. Además nos enceguece, nos enferma, nos hace vivir por debajo de nuestra dignidad de hijos e hijas de Dios.
Pecar es también encerrarse en el propio egoísmo, dejar de amar.
Pero sobre todas las cosas el pecado es una ofensa directa a Dios, que nos ama infinitamente, que nos ha creado a su imagen y semejanza, que nos ha enviado a su Hijo Jesucristo para que por medio de él heredáramos la vida eterna.
Pecar es rebelarse frente a Dios, es sustraerse a su señorío en nuestras vidas.
Por eso, lo repito, es un asunto totalmente serio.
Pero la respuesta frente a nuestro pecado no está en el rigorismo de la culpa ¡No!, está en el perdón y la misericordia, la medicina que Dios ofrece a raudales cuando nos volvemos a él con un corazón contrito, siendo sinceros con él.
Ningún pecador por grande que fuese escapa de este océano inmenso de misericordia que Dios nos regala. Dios es siempre más grande que nuestros pecados, Dios es siempre mayor, siempre.
La misericordia de Dios nos devuelve la libertad que habíamos perdido, nos cura por dentro, nos ilumina, nos purifica, nos transforma, nos trae gozo y paz.
Tengamos, como Teresa del Niño Jesús, una esperanza ciega en la gran misericordia de Dios. El amor de Dios puede actuar en cada uno de nosotros más allá de lo que podamos pensar o desear.
La parábola del Hijo Pródigo nos enseña que por más alejados que estemos Dios es siempre nuestro Padre, él nos espera con los brazos abiertos para perdonarnos y darnos el regalo precioso de su gran misericordia.
¿Cómo disponernos a recibir este torrente de amor y misericordia? Abriendo el corazón al Señor, acercándonos a él, presentándole nuestras miserias para que las perdone, con humildad de corazón, conscientes de nuestra pobreza y debilidad.
Un camino para experimentar la misericordia de Dios es en la Iglesia católica el sacramento de la reconciliación, cuando confesamos nuestros pecados a Cristo, presente en la persona del sacerdote, y recibimos la absolución, ¡Qué dicha tan grande sentirse perdonado por el Señor!
El sacramento del perdón es una verdadera fiesta de la misericordia.
Creamos en este amor personal que Dios nos tiene, y abramos el corazón a su bondad transformadora. Ese es el sentido de la cuaresma.
Para seguir profundizando en la espiritualidad de estos días, les ofrezco la interesante obra de Raniero Cantalamessa: La vida en Cristo, una reflexión sobre la carta del apóstol San Pablo a los Romanos
LA VIDA EN CRISTO: DESCARGAR
Hola Marcelo, tu hermana Beatriz me ha recomendado tu blog y tengo que decirte que me ha gustado.
ResponderEliminarConciso,ameno y me quedo a tu lado.
mi blog no es religioso, es humanístico, dado a la gran cantidad de seguidores de todo tipo de ideologías religiosas y políticas, cambié mi estilo hace un par de años para llegar a dar los valores humanos de forma sencilla y que poco a poco fueran cambiando su forma de vida.
Gracias, hoy no dispongo de más tiempo.
te dejo mi ternura
Sor.Cecilia
Gracias, Sor Cecilia, un honor que me sigas, mi hermana me había hablado de ti, y he visitado tu blog. Estoy convencido que todo lo hermoso, lo noble, lo verdadero, lo que dignifica a la persona humana, es camino y testimonio de la presencia de lo divino en nosotros. En medio de tanta oscuridad, sembremos belleza y verdad, por estos campos del Internet,..Un abrazo
Eliminaruuufff Marce gracias por este ebllo artículo qu eno srecuerda y nos invita a reflexionar , para enriquecer nuestro corazón un beso
ResponderEliminarGracias Bea, bendiciones para ti en este tiempo de la misericordia
EliminarGracias a este post se lo que es la misericordia.
ResponderEliminarHa sido, como siempre, un placer leerte.
Buenas noches
Muchas gracias, y bendiciones para nosotros, ¡¡Qué en estos días se manifieste en nosotros la gran misericordia de Dios!!
Eliminar¡Isabel!, muchas gracias,...ahora mismo me paso por tu blog,....muchas bendiciones y que la misericordia de Dios se derrame sobre nosotros en abundancia
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