Estos días he estado trabajando en la programación didáctica de la asignatura de Religión, una tarea que debe afrontar anualmente cada profesor, y que tiene su dificultad, no sólo por los aspectos técnicos y conceptuales, que últimamente, como sabemos, han sufrido notables cambios, sino por su importancia en el desarrollo mismo de la actividad docente.
Programar no es un mero documento administrativo, es la base de la actividad docente, el instrumento que orienta nuestras acciones en el aula y que resuelve los aspectos concretos del proceso de enseñanza-aprendizaje: los objetivos, las unidades didácticas, los recursos, las estrategias pedagógicas, las tareas, los instrumentos y criterios de evaluación y calificación, la temporalización, etc.
Programar es tomar decisiones, elegir un camino y optar por una estrategia, aquella que según nuestra perspectiva más se adecua a la realidad del curso.
Programar es un acto creativo, se necesita mucho ingenio para idear situaciones de aprendizaje que vehiculicen el logro de nuestros objetivos didácticos, promuevan competencias, y logren sacudir en los jóvenes el letargo de la pasividad, propiciando en ellos la feliz experiencia del aprendizaje.
El sueño de todo profesor es proponer a sus alumnos tareas que les resulten motivantes, que despierten en ellos el interés por el conocimiento, que hagan posible el desarrollo de sus talentos e inteligencias.
No es fácil lograrlo, quizás tenemos todos, educandos y educadores, una visión demasiado parcelada y estática del hecho educativo.
Hemos sido fuertemente condicionados a ser simples repetidores de contenidos.
El alumno promedio espera de su profesor que le indique lo que debe aprender y repetir en un examen para lograr el aprobado. Cuando intentas cambiar el esquema, cuando le pides que investigue y confronte datos, que consulte autores, que sea protagonista y que se involucre, emergen las incompetencias que el propio sistema ha ido creando en áreas tan básicas como el razonamiento lógico, la lectura comprensiva, la expresión oral y escrita, etc.
Le hemos dado a los alumnos el conocimiento ya cocinado, un saber que han producido otros, y que muchas veces ni siquiera entienden. Paulo Freire lo llama la educación bancaria
Nuestro programa debe atacar este nudo crítico con toda la artillería disponible.
Quizás se lo deba a mi formación en los 90 en planificación estratégica, pero me gusta ver la programación como mi personal plan de batalla, seguirlo me permite avanzar en el campo, ocupar posiciones, dirigir tácticas y estrategias de guerra, conquistar al enemigo, y lograr la victoria.
Que nadie se escandalice por mi lenguaje militar, soy un pacifista consumado, pero los que trabajen, por ejemplo, en los primeros cursos de la ESO me entenderán perfectamente cuando hablo metafóricamente de batalla.
Esta contienda diaria que enfrenta el profesor cuando entra en el aula cada mañana tiene muchos frentes,... la convivencia, el clima escolar, la programación, la atención a la diversidad,...si tiene un buen plan aumenta notablemente sus posibilidades de salir airoso e ir avanzando en su objetivo.
La experiencia me ha enseñado que aunque a veces podemos, y debemos, improvisar, una buena clase comienza antes que suene el timbre de entrada, se gesta en la programación didáctica.
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