domingo, 14 de junio de 2015

"Serenade" de Schubert: Descubriendo la competencia espiritual

El violinista azul de Marc Chagall

Percibo que tenemos embotados los sentidos, quizás porque esta sociedad de consumo nos hace vivir en la epidermis, saltando de estímulo en estímulo, de un distractor a otro, en una huida permanente del ser que somos, del ser que habitamos, y que se da cuenta de su propia existencia.

Del ser que sabe que es y que existe. 

En esa experiencia intransferible de la propia identidad acontece la revelación primera de lo divino en nosotros, lo que los teólogos llaman la revelación trascendental.

En medio del hedonismo que invade los campos de la vida, persiste nuestra hambre de espiritualidad y de sentido. Lo veo en los rostros obnubilados de los jóvenes, lo leo en sus corazones. Algunos exhiben un cansancio prematuro. El señuelo de una felicidad fácil los decepciona.

Necesitan encontrarse a sí mismos. Es el camino de la interioridad en el que coinciden las tradiciones de oriente y la mística cristiana. Santa Teresa de Jesús hablará de las moradas del castillo interior y Juan de la cruz, del más profundo centro del alma. Con otras palabras, Sócrates nos aconseja: "Conócete a ti mismo".

"Redire ad cor" -vuelve a tu corazón- es la consigna de la espiritualidad monástica medieval. De san Benito de Nursia se dice: "En su amada soledad, bajo la mirada de Dios, habitó consigo mismo".

Uno de los ejercicios que suelo hacer con los alumnos de bachillerato es escuchar en silencio una bella melodía del repertorio clásico y pedirles que escriban en un folio las emociones, sentimientos, pensamientos, imágenes, que despierta en ellos la música escuchada.

Al principio cuesta un poco que se concentren pero gradualmente el tema va calando en las mentes y los corazones de los jóvenes. 

Una vez que terminamos el ejercicio, les invito a compartir lo que han escrito en su folio. Sorprende la cantidad de emociones represadas que salen a la luz, la de experiencias que se evocan y que se convierten en preguntas, los diversos sentimientos e ideas que afloran. Para algunos ha sido una experiencia tan extraña que se sienten como perdidos.  

La música les ha servido de medio para que se escuchen y se encuentren. Ayuda a despertar en ellos una inteligencia nueva, referida a su propio mundo interior, a lo que sucede dentro de ellos mismos y de los otros. Algunos teóricos la identifican con la competencia espiritual, un saber de sí mismos y de los demás que no es monopolio de las grandes religiones y que les hace sensibles a los valores espirituales: la interioridad, el sentido de la trascendencia, la contemplación, el silencio, una visión sapiencial de la vida, la compasión frente al dolor ajeno, el desprendimiento, la búsqueda de las verdades últimas, etc.

Todos estos valores están en crisis en nuestras sociedades liberales de occidente.  No sólo no los vivimos nosotros, sino que el mensaje que le hemos dado a los jóvenes es que se puede vivir perfectamente de espaldas a ellos. 

Hemos engendrado una sociedad de gente formalmente instruida pero espiritualmente incompetente. Quizás esto tenga que ver con el desencanto y la apatía que se percibe en el hombre postmoderno.

En cursos anteriores había utilizado para esta tarea la conocida pieza Canon de Pachebel. Este año empleé una melodía que me subyuga y que tiene sobre mi efectos casi hinópticos: Serenade del compositor Franz Schubert. Aquí se las comparto, invitándoles a que la escuchen con un corazón atento ¡Qué acontezca en nosotros el milagro de la escucha!

@elblogdemarcelo

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