Mañana, 11 de julio, es la fiesta de san Benito, abad: patrono de Europa y padre de los monjes de occidente.
Más allá del lenguaje retórico que suele adornar cierta exposición de la vida de san Benito, me gusta contemplarle cercano, peregrino en la fe como yo, hermano
en el seguimiento a la persona de Jesucristo.
Benito es un hombre abierto a la
acción del Espíritu Santo, que ha experimentado la misericordia divina en su
propia vida, y la testimonia en su circunstancia histórica, por cierto bastante
difícil, con su oración y su trabajo, el famoso ora et labora que
ha servido de divisa a sus hijos, los monjes benedictinos, a lo largo de los
siglos.
Algunos rasgos del camino benedictino, tienen esa unción tradicional que nos viene de los padres de la Iglesia: el
amor a Cristo como centro de la vida, la primacía de la lectio divina, la vida de comunidad, la humildad,
el trabajo, la oración litúrgica, la hospitalidad y,
sobre todo, la caridad fraterna, ese sello que hace del monasterio una schola caritatis, una escuela de caridad en medio del pueblo de
Dios.
De la Regla de san Benito se ha dicho que es una bella
síntesis del Evangelio y que, gracias a su hondo realismo, moderación y
sabiduría, ha configurado espiritualmente a los pueblos de Europa.
@elblogdemarcelo
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