Quizás el mayor reto de la teología actual sea el diálogo con la cultura de nuestro tiempo.
La ciencia de la fe no se limita a exponer en forma sistemática los contenidos de la Revelación que nos transmite la Tradición cristiana. Busca, además, profundizar sobre ellos, con la mente y el corazón, para comprenderlos y saborearlos con fruición, celebrarlos en la liturgia, vivirlos en el seguimiento a la persona santa de Jesús Resucitado, testificarlos en el servicio al pueblo de Dios, y en la comunidad eclesial.
Pero, les digo, no basta. El saber teológico, si quiere ser también profecía y ciencia de salvación, debe ir más allá del templo y la religión, debe dialogar con la ciencia, el arte, la sociedad, en una palabra, con la historia, donde los hombres derraman lágrimas, trabajan, se toman un café, y, de vez en cuando, preguntan por Dios.
La teología camina, como nos enseñaba Alberto Parra en la Javeriana de Bogotá, con un pie en esta realidad histórica de nuestro "hoy" situado, y el otro pie en el texto santo de Revelación Divino/apostólica.
Tradicionalmente el primer gran interlocutor de la fe cristiana fue el mundo cultural helenístico, con su antropología dualista, su filosofía de la idea y del ser, su gran aprecio por la racionalidad, el orden práctico, y la contemplación. Del encuentro entre el mundo civil romano y la Iglesia cristiana, fueron naciendo las sociedades de cristiandad, típicas del entorno medieval europeo.
Al irrumpir la modernidad, esta peculiar inculturación de la experiencia cristiana entra en una profunda crisis: el surgimiento de la ciencia, la filosofía de la ilustración, la transformación social y económica de la sociedades liberales, el auge del sistema capitalista, merced al extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas, estuvieron acompañadas de una acerba crítica a la religión, especialmente a la cristiana. Filósofos como Nietzsche, Feurbach, Marx, se convirtieron en los abanderados de un nuevo concepto, de corte materialista y ateo, de la sociedad y el hombre, quienes, libres de las ataduras de la religión, caminarían en constante progreso, gracias a la ciencia y a la razón.
La concepción "optimista" del hombre de las luces, propia de la modernidad, a pesar de los avances significativos que ha experimentado la humanidad, se enfrenta con los grandes "males" que este modelo de sociedad ha engendrado y engendra todavía: las guerras mundiales y el desarrollo armamentístico, la escandalosa pobreza de los mal llamados terceros mundos, la contaminación del medio ambiente, las recurrentes crisis económicas, los campos de concentración, la escasez de alimentos, el paro, la inseguridad ciudadana, la violación de los derechos humanos, la soledad de las grandes urbes, y un largo etcétera.
De esta decepción surge el mundo postmoderno, signado quizás por un incomodo sentimiento de provisionalidad, de desencanto frente a los grandes discursos ideológicos, políticos e incluso religiosos, con una tendencia hacia lo estético, lo sensorial, lo alternativo, optando por un replegamiento en el mundo de lo privado, de un acendrado individualismo narcisista.
La Buena Noticia cristiana está llamada a dialogar con este mundo de la contemporaneidad, en toda su problematicidad y singularidad, caracterizado en Europa, entre otras cosas, por:
- Un relativismo en el orden de las ideas que afecta, básicamente, la experiencia del sentido de la vida, y que condiciona la vida moral de muchas personas;
- Una creciente conciencia frente al injusto reparto del bienestar, social y económico, entre países y continentes. Valoración de la solidaridad.
- Especial sensibilidad frente a algunos temas: la igualdad hombre/mujer, la economía sostenible, el cambio climático, etc.
- La heterogeneidad, propia de las sociedades ínter y multi-culturales.
- Predominio del secularismo e influencia del pensamiento laicista en las elites gobernantes e intelectuales.
- Desarrollo de las telecomunicaciones, y de la sociedad de la información.
- Cambios culturales importantes en valores básicos: la familia, la educación, el ocio, etc.
- Incertidumbre y vulnerabilidad frente a problemas como el paro, la jubilación, la economía doméstica, la inseguridad ciudadana. Soledad de los conglomerados urbanos.
- Búsqueda de lo "espiritual" más allá de las religiones tradicionales: esoterismo, nueva era, etc.
En torno a este diálogo de fe y cultura nos habla el libro de Josep M. Rovira, Fe y cultura en nuestro tiempo, aportándonos solidos conceptos, y análisis muy interesantes, sobre el encuentro entre el mundo de hoy, con sus luces y sus sombras, y la experiencia cristiana.
Que el Espíritu Santo, prometido por Jesús, nos conceda la gracia de ser esos testigos del Señor Resucitado, enviados a vivir y anunciar su Evangelio, en estos tiempos recios que nos toca vivir.
FE Y CULTURA EN NUESTRO TIEMPO: DESCARGAR
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