sábado, 9 de junio de 2012

La oración de fe: el testimonio del Evangelio

Cuando recorremos el Evangelio, y nos tropezamos con las palabras y las acciones de Jesús, sorprende constatar la importancia singular que tiene la fe como la actitud que abre el manantial de las bendiciones y el poder de Dios.

La fe evangélica es algo más que la mera adhesión intelectual a un credo religioso.

Se trata sobre todo de una postura expectante, que desafía nuestra visión natural de las cosas, y que conlleva una confianza sin medida, la humilde entrega de uno mismo, el reconocimiento del poderío de Dios y de su voluntad de bendecirnos, el descubrimiento de la identidad de Jesús como el Hijo de Dios, el Mesías.

Esta es la fe que obra milagros, porque como dijo el ángel a María: "Ninguna cosa es imposible para Dios" (Lc. 1,37)

Es la fe del centurión, quien estaba convencido de que bastaba que el Maestro lo mandara de palabra para que su siervo quedara sanado (Lc. 7, 1-10); la fe de la hemorroísa que toca el manto de nuestro Señor en medio de la multitud y queda curada (Mc. 5, 25-34); la fe de la mujer cananea que no acepta un "no" por respuesta, y por su actitud humilde y de fe es escuchada (Mt. 15, 21-28).

Es la fe que movió a Pedro a caminar por las aguas encrespadas del lago de Galilea (Mt. 14, 22-33); la fe que Jesús no encontró en Nazaret, la aldea donde se había criado, razón por la cual no pudo realizar allí muchos milagros (Mc 6, 1-6); la fe que pidió a Jairo cuando le vinieron a decir que no molestara más al Maestro porque su hijita había muerto, y el Señor le dijo: "No temas, solamente ten fe" (Mc 5, 35 -43)

En la curación del muchacho epiléptico, hay un diálogo entre el Señor y el padre del enfermo que revela a las claras la importancia singular de la fe: "..., pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros. Jesús le dijo: ¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree! Al instante, gritó el padre del muchacho: ¡Creo, ayuda a mi poca fe!,.." (Mc. 9, 14-29)

En su enseñanza sobre la oración, Jesús insiste una y otra vez en esta actitud de fe: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen a la puerta y se les abrirá (Mt. 7, 7-11), porque Dios es un Padre bueno que conoce de antemano las necesidades de sus queridos hijos e hijas. No somos escuchados por el mucho repetir palabras, sino por la fe, por la confianza que tengamos en su divino amor (Mt. 6, 7-8)

Por eso se nos manda a orar siempre, sin desfallecer, a perseverar en nuestra demanda delante de Dios con la certeza de que tarde o temprano seremos escuchados (Lc. 18, 1-8). 

En el pasaje en que el Señor maldice la higuera por no hallar fruto en ella, la enseñanza está centrada en el tema de la fe: "Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte: Quítate y arrójate al mar y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis..." (Mc. 11, 20-26)

Así podemos seguir recorriendo los pasajes del Evangelio, y encontrando más y más testimonios del poder de la oración de fe, ....

¿Aplicamos esta enseñanza del Evangelio a nuestra vida diaria?  Cuando nos agobian los problemas, y padecemos tribulación ¿Sabemos acudir al Señor para hallar la respuesta que buscamos?

A veces tengo la impresión de que muchos creyentes no han experimentado en sus vidas el inmenso poder de la oración de fe. Algunos ponen como objeción la idea de que Dios no va a hacer por nosotros, lo que a cada quien le toca libremente hacer.

No podemos, dicen, descargar en Dios la responsabilidad de nuestra vida.

Ello es, básicamente, cierto, orar nunca nos exime de colaborar nosotros mismos por ayudarnos, y hacer lo que tenemos que hacer, lo que está en nuestra mano, para procurar la solución de nuestros problemas. Como dice la frase atribuida a Ignacio de Loyola: "Hacer todo como si dependiera sólo de mí, y luego dejarlo como si dependiera sólo de Dios".

Pero tras haber hecho nuestra tarea, el testimonio del Evangelio es claro: oren, pidan, busquen, crean que ya lo han recibido, acudan al dador de toda bendición.

Esta oración de fe es un don del Espíritu Santo, quien guía nuestra plegaria conforme al querer de Dios, e intercede por nosotros con sus gemidos inefables. El Espíritu nos sostiene en la noche de la fe, y nos ayuda a permanecer vigilantes, orando sin desfallecer, para que nuestra confianza no decaiga.

Para animarnos en este camino de la oración, quiero compartir con ustedes este interesante libro de Jacques Phlippe: Tiempo para Dios, una interesante guía para la vida de oración.

TIEMPO PARA DIOS: DESCARGAR


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