sábado, 18 de noviembre de 2023

VOLVER A “DOÑA BARBARA”: una lectura desde la diáspora


 “Un bongo remonta el Arauca bordeando las barrancas de la margen derecha.”
Rómulo Gallegos, “Doña Barbara”, Cap. 1

A lo largo de mi vida he leído varias veces “Doña Barbara”, quizás el clásico por excelencia de la narrativa venezolana. A pesar de la ingente cantidad de libros que me quedan por leer, hay obras que merecen una segunda lectura, incluso una tercera,… estoy convencido que la novela de Gallegos es una de ellas.

Aunque estemos ante el mismo libro, cada relectura es diferente. Esa ha sido, al menos, mi experiencia. No es lo mismo un lector adolescente, que alguien más curtido por los avatares de la vida; no es igual leer la obra en Venezuela, o en Latinoamérica, que en otro lugar del planeta. El escenario, y las cicatrices del camino, condicionan nuestra comprensión del texto. En la relectura aparecen matices que tal vez se nos habían escapado la primera vez, o encontramos felices hallazgos que nos remiten a otras lecturas, o nos sugieren nuevas interpretaciones y perspectivas. 

Por cierto, a veces se nos olvida que cuando leemos, estamos “construyendo” el texto mano a mano con el autor. Nuestra imaginación va creando y recreando la escena, hilando palabras y ensayando significados. Es por eso que, de alguna manera, no todos leemos lo mismo, aunque el libro que tengamos en las manos sea el mismo, porque tú y yo somos diferentes, con nuestro peculiar punto de vista, nuestras experiencias y nuestro bagaje cultural y humano. 

Leer, releer, “Doña Barbara”, para un venezolano que vive fuera de su país, es un boleto de retorno. Hay un murmullo de palabras, un imaginario, que le sacude y le rasguña el corazón. De pronto, está de nuevo en Maiquetía, cruzando el suelo cromático de Cruz-Diez con su maleta. Se viaja en avión o en barco, pero también en las páginas de un libro como este. 


Entro con avidez en el orbe narrativo de la novela, y al coger la autopista de párrafos y palabras, me  tropiezo con una geografía que me es familiar, ese horizonte sin límites de mi amada Venezuela. Se trata de la llanura, tan preñada de gracia y de misterios, una naturaleza que para nosotros los latinoamericanos tiene la fuerza telúrica de un personaje épico, como el Aquiles de La Ilíada: lluvias torrenciales, calores extremos, ríos que se desbordan o pajonales requemados por un fuego que entra en escena devorando los pastos, inmensas soledades con vacas diseminadas aquí y allá y el hambre dibujada en los rostros, unas fuerzas indómitas que poseen vida propia y que, de alguna forma, participan del drama que se cuece entre los seres humanos que por allí deambulan    

En la narrativa europea, en cambio, las fuerzas de la naturaleza están, la mayor parte del tiempo, bajo el control de la civilización, sometidas a la técnica y a la racionalidad de la modernidad. El paso de las estaciones sirve como marco del relato, y quizás influya en el estado de ánimo de los personajes, pero poco más. Si hace calor, existe el aire acondicionado, y si llega el invierno con sus rigores, se enciende la calefacción, y punto. 

Otro tema es el lenguaje. A través de las palabras de “Doña Barbara”, me reencuentro a mi mismo, ¡esta gente habla como uno!, identifico, particularmente en los diálogos, ciertas características típicas del castellano venezolano, y que, como no podía ser de otra manera, me son entrañablemente familiares. Sí, a pesar de que llevo más de 20 años fuera del país, me sigo reconociendo en esta variante peculiar del español: la vivacidad al hablar, la espontaneidad y campechanía en el trato, el recurso al humor, aún en las situaciones más difíciles, los giros y vueltas para expresar diversidad de emociones y sentimientos, cierto barroquismo y gusto por las formas, la facilidad para el retruécano, los diminutivos terminados en ico, ica, etc. La palabras tienen existencia propia, detrás de ellas hay un pueblo, una historia, un modo de vida,… y personas reales, de carne y hueso.

Pero no es solo un paisaje, y una lengua, al ir avanzando en la narración me van saliendo al paso una galería de personajes que voy reconociendo como viejos conocidos míos, nombres y rostros que pueblan la memoria colectiva de los venezolanos: Santos Luzardo, Doña Barbara, Juan Primito, Marisela, Balbino Paiba, el Brujeador, Mister Danger, Mujiquita, Ño Pernalete, Antonio Sandoval, etc. Estas personas existen, son reales, con sus cargas, sus demonios y sus fantasías, con su modo de devolver el saludo, su tumbao al caminar, su idiosincrasia y acento. 

Los personajes de “Doña Barbara” representan un tipo humano que
ha florecido en los llanos de Venezuela, hijos del mestizaje y de las desventuras de nuestra historia. Ellos son, básicamente, los que realizaron, en mil batallas, la gesta heroica de la independencia. De esta casta procede mi espíritu, esta es mi ralea, el anteayer que me precede y empuja. 

Una última idea: “Doña Barbara” apareció publicada en 1929, es decir, hace casi 100 años, la mayoría de los anhelos civilizatorios de Santos Luzardo siguen sin realizarse; me temo que, en la hora presente, la barbarie continúa ganando la partida.  Esta idea, pasmosa, sobrecogedora, me acosó capítulo tras capítulo. 

Si los sueños de Luzardo aguardan aún su cumplimiento, y duermen aletargados, los hijos y nietos de los que se han dispersado entre las naciones, de los que sueñan con el regreso, quizás los realicen, y los vean convertidos en realidad. 

Todos los pueblos almacenan sueños y esperanzas en la despensa de la memoria, y generación tras generación los transmiten a sus hijos. Así sucedió, al menos, en el Israel de la Biblia: “Lo que hemos oído y que sabemos, lo que nuestros padres nos contaron, no se lo callaremos a sus hijos, a la futura generación lo contaremos” (Salmo 78, 3-4)

Entre tanto, en nuestra diáspora, seguimos a la espera, leyendo “Doña Barbara”. 



“¡Llanura venezolana! Propicia para el esfuerzo como lo fuera para la hazaña, tierra de horizontes abiertos donde una raza buena ama, sufre y espera!…”

La esperanza, generación tras generación, alza la frente, nunca se rinde.

@elblogdemarcelo


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