He observado que a pesar del ambiente secularista que nos rodea, la experiencia de la oración contemplativa ejerce en muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo una especial fascinación.
Se ha querido excluir a Dios de la cultura contemporánea, por lo menos aquí en Europa, pero seguimos teniendo hambre de espiritualidad. Creyentes, y no creyentes también.
Añoramos momentos de silencio y de presencia, de escucha e interioridad. En definitiva, de contemplación
Se ha querido excluir a Dios de la cultura contemporánea, por lo menos aquí en Europa, pero seguimos teniendo hambre de espiritualidad. Creyentes, y no creyentes también.
Añoramos momentos de silencio y de presencia, de escucha e interioridad. En definitiva, de contemplación
Es que en medio del ruido de la vida diaria, de la ingente cantidad de estímulos que nos invaden continuamente, de las preocupaciones que nos sacuden y acogotan nuestro ánimo, nos sentimos dispersos, desconcentrados, y anhelamos, a veces en lo secreto del propio corazón, encontrarnos con nosotros mismos, y pacificarnos por dentro.
Vivimos con frecuencia anclados en la externalidad, desconectados de nuestro centro.
Es nuestra vocación más íntima la que grita: hemos sido creados para experimentar la presencia del Dios vivo, y como decía el bueno de Agustín de Hipona, inquieto estará nuestro corazón hasta que no halle su descanso y su centro en Dios.
En la contemplación se revela nuestro "yo" más verdadero, conocemos el misterio de nuestra "identidad": Hijos e hijas amados de Dios, creados por él a su propia imagen y semejanza, llamados a compartir su santidad y su gloria por medio de su Hijo único Jesucristo, en el Espíritu Santo que ha sido derramado en nosotros.
El libro de Thomas Keating, monje cisterciense, es una respuesta a esta necesidad. A través de sus páginas, basadas en su propia experiencia como orante, se nos invita a seguir el itinerario del corazón, por medio de la llamada oración centrante, que hunde sus raíces en la larga tradición espiritual de la Iglesia, especialmente a través de los padres del monaquismo cristiano.
Oración centrante, una llamada del Espíritu Santo para que volvamos al corazón, pacifiquemos nuestros pensamientos, y gustemos el manantial de agua viva que brota del interior, y que es camino y experiencia de transformación y de comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
En medio del alboroto de esta sociedad de consumo, hay que decirlo muchas veces: la felicidad no está en las cosas, la felicidad está dentro de nosotros mismos. En nuestro interior están los tesoros más valiosos que podemos vivir y compartir: el amor, el perdón, la fortaleza, la alegría.
Recuerdo el estribillo de una canción que se cantaba en mi grupo de oración, allá por los años ochenta: "Sólo Dios hace al hombre feliz, sólo Dios hace al hombre feliz..."
Qué el Espíritu Santo no de a conocer esta felicidad, e infunda en nosotros el atractivo por buscar al Señor en la contemplación. Amén.
Vivimos con frecuencia anclados en la externalidad, desconectados de nuestro centro.
Es nuestra vocación más íntima la que grita: hemos sido creados para experimentar la presencia del Dios vivo, y como decía el bueno de Agustín de Hipona, inquieto estará nuestro corazón hasta que no halle su descanso y su centro en Dios.
En la contemplación se revela nuestro "yo" más verdadero, conocemos el misterio de nuestra "identidad": Hijos e hijas amados de Dios, creados por él a su propia imagen y semejanza, llamados a compartir su santidad y su gloria por medio de su Hijo único Jesucristo, en el Espíritu Santo que ha sido derramado en nosotros.
El libro de Thomas Keating, monje cisterciense, es una respuesta a esta necesidad. A través de sus páginas, basadas en su propia experiencia como orante, se nos invita a seguir el itinerario del corazón, por medio de la llamada oración centrante, que hunde sus raíces en la larga tradición espiritual de la Iglesia, especialmente a través de los padres del monaquismo cristiano.
Oración centrante, una llamada del Espíritu Santo para que volvamos al corazón, pacifiquemos nuestros pensamientos, y gustemos el manantial de agua viva que brota del interior, y que es camino y experiencia de transformación y de comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
En medio del alboroto de esta sociedad de consumo, hay que decirlo muchas veces: la felicidad no está en las cosas, la felicidad está dentro de nosotros mismos. En nuestro interior están los tesoros más valiosos que podemos vivir y compartir: el amor, el perdón, la fortaleza, la alegría.
Recuerdo el estribillo de una canción que se cantaba en mi grupo de oración, allá por los años ochenta: "Sólo Dios hace al hombre feliz, sólo Dios hace al hombre feliz..."
Qué el Espíritu Santo no de a conocer esta felicidad, e infunda en nosotros el atractivo por buscar al Señor en la contemplación. Amén.
Gracias Marcelo por el libro! necesitaba leerlo... Ánimo con tu profesión de alto riesgo! Que somos varios en el batallón!! Bendiciones
ResponderEliminarAmigo, gracias a ti por tu comentario, ¡Qué el Señor colme tu vida de bendiciones y nos ayude a todos en la "batalla" de cada día! Saludos desde Tenerife,
EliminarMarcelo