Escuchaba con atención la canción de Silvio Rodríguez Alas
de Colibrí, y me sentí movido por dentro. Me va la utopía, lo sé, ni
los años ni las decepciones del camino han mermado mi rebeldía, mi apuesta por
un mundo de justicia e igualdad.
Algunos creen que esta actitud es, en esencia,
falta de realismo. Me imagino que es un mal que padecen los profetas:
Martin Luther King, Gandhi, Madre Teresa, Rigoberta Menchú, Nelson Mandela, Bartolomé
de Las Casas,...
Si ellos hubieran sido realistas se
hubieran acomodado a lo que había. Gracias a Dios que no lo fueron. Tuvieron
visión, coraje, se indignaron, se rebelaron, y trabajaron duro para construir
un mundo más justo, humano y fraterno.
Recuerdo, hace ya unos años, cuando fueron
cayendo los llamados "socialismos reales", se nos vendía la idea que estábamos al final de la historia, signado por el nuevo auge del liberalismo
que parecía invadir todo el horizonte.
Me rebelé, y me sigo rebelando, quizás porque
conozco las injusticias y los tremendos sufrimientos humanos que genera el modo
de producción capitalista. Tanto en el primero como en el mal llamado tercer
mundo.
Me rebelé, y me sigo rebelando, porque siempre
tengo en la mente la experiencia fundante de la comunidad cristiana primitiva:
hermanos y hermanas que compartían sus bienes, y los repartían según las
necesidades de cada miembro de la comunidad.
Los cristianos del siglo I comenzaron toda una
revolución.
No tuvo que venir Carlos Marx a explicarnos el paraíso
en la tierra, la socialización de los bienes que son de todos y todas. Con el
cristianismo entró en la humanidad un soplo fresco de igualdad, fraternidad,
libertad, justicia, un nuevo modo de entender las relaciones de los hombres
entre sí, y con los frutos del trabajo colectivo de los seres humanos.
Frente al ideal del Reino de Dios todas las
ideologías son relativas, ni el liberalismo, en sus diferentes versiones, ni un
socialismo materialista y opresor de la conciencia, son el fin de la
historia. Son mediaciones humanas, y, además, en muchos aspectos se oponen
al santo Evangelio, a los valores anunciados por Jesús en el Sermón de la
Montaña.
Una cosa tengo clara, la acumulación de capital,
y más capital, y más, y más, no es la meta de la vida humana ni de la
sociedad en su conjunto. La postura de Jesús en este punto es ciertamente
radical. Hay que ver las maromas que hacen algunos para
"cristianizar" el capitalismo, un sistema basado, precisamente, en el
afán de lucro, en la idolatría del capital por encima de la dignidad de la
persona, en la explotación del hombre por el hombre.
La canción habla de la creación de un partido
alternativo, al cual pertenecen no los poderosos de siempre, sino todos los
excluidos del banquete de la vida, los pobres, los marginados, los infelices,
todo lo cual suena a Evangelio del bueno, a esos sueños y esas pretensiones tan
escandalosas de Jesús de Nazaret cuando se identifica con los desheredados de
la tierra, a despecho de la gente "bien vista" y acomodada de su
tiempo.
Es decir, la opción preferencial por los pobres.
El hambriento, el sediento, el sin techo, el
parado, el endeudado, el marginado, tan frágiles y pequeños como las mágicas
alas de un colibrí, invitados a soñar mundos nuevos, a construir la nueva
cultura de la vida, a ser sacramento de la presencia viva de Jesús en medio de
la historia.
Escribo esto y tengo delante todo lo que está
sucediendo ahora mismo en el mundo, en Europa, en España, en Grecia,...
Sí, renovemos en la Iglesia la llamada a
construir el partido de los sueños, sigamos en nuestro hoy la misión de Jesús
que vino a la tierra a curar los corazones afligidos, y a anunciar la buena
nueva a los pobres.
Convirtamos nuestros corazones, y volvamos a la
experiencia de la comunidad madre de Jerusalén. Esto sería empezar proféticamente
la Nueva Evangelización.
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