domingo, 29 de abril de 2012

El testimonio de Beatriz: Mi primer encuentro con Él



Recuerdo, como si fuera ayer, sólo tenía 17 años, al sentir por primera vez la divina  presencia, me decía, ¡no puede ser! , ¡qué sensación tan especial!,  ¡deja paz y frescura a  la vez! El alba anunciaba que sería un día soleado y primaveral.  Estaba en mi habitación a solas,  orando, y en el momento de mi meditación, postrándome ante él, me repetía una y  otra vez: ¡debe ser mi imaginación!,…  Mi corazón empezó a latir distinto, sabía  y sentía que era él: el Amor de los Amores, nuestro Señor Jesús.

Mientras, a mi mente venía una imagen, mil  veces repetida,  era una mirada dulce y tierna, la mirada de un Padre. Una voz interior me decía: “Soy yo, hija mía”. Al principio  sentí miedo, y pensé: ¡no!,  ¡qué  locura!, ¡no lo merezco!, ¡no es él!, ¡soy yo misma!,  ¡qué invento!  Sin embargo, se hacía cada vez más  fuerte  la sensación de su presencia,  empecé a sentir un dulce olor como si de una flor  se tratase,  un olor que nunca logré reconocer,  y volví a escuchar en mi corazón: “Beatriz, hija mía,  soy yo”,… Al instante, sentí el deseo urgente de salir de mi habitación,  pues nuevamente el miedo me había invadido.

Recuerdo que  dije en voz alta, ¡pero monja no quiero ser!,…  “No, - volvía la voz interior- de monja no te  quiero,  más  necesito tus palabras, tus manos y tu corazón,  para así darme a conocer”.

Viví esta experiencia una sola vez en mi vida,  pero me dejó marcada el alma  para el resto de  mis días.  Al finalizar mi oración experimenté una gran paz,  y le pedí a la  Virgen que me guiara, que no se despegara de mí,  e invoqué la presencia pura e inmaculada de Nuestra Señora,  me aferré a ella, y la abracé desde mi corazón.

Este primer encuentro con el Señor no sólo dejó huella, sino que marcó el rumbo de mi vida. Fue un llamado, desde mi realidad concreta de mujer,  amiga, esposa, trabajadora, en definitiva,  ser humano,  para intentar,  en el camino de cada día, sembrar su alegría, su solidaridad, una palabra de consuelo, allí mismo, en los pequeños y grandes escenarios de mi historia personal.  Al fin y al cabo es él en mí, ¡no soy yo!,  sólo soy un instrumento que le permite a nuestro Señor Jesús darse a conocer. 

Por esos días, cuando la gente me preguntaba de dónde sacaba tanta fortaleza, por qué  siempre estaba tan contenta, siempre respondía: es  el Espíritu Santo, que hace de las suyas, es su fortaleza,  la gracia de la fe que me ha dado, por pura misericordia de él,  más nada.

En los primeros años, luego de este encuentro, me incorporé a una parroquia, a distintas actividades sociales:   visitas a los albergues de menores, catequesis, en fin,…  Todo lo cual me ayudó a crecer como ser humano, a aprender a dar y a recibir,  a compartir mi testimonio con otros jóvenes, recordando siempre aquellas palabras suyas: “…no quiero que seas monja, pero necesito de tu voz, de tus manos, que la gente sepa en realidad cuánto les amo”.

Han pasado ya 30 años de aquel primer encuentro con Jesús, gracias a él, he podido vivir, con mis aciertos y errores,  con mis éxitos y fracasos, básicamente, feliz, serena y confiada. Él nunca me abandona. Por encima de las cruces del camino, de las crisis, de la soledad, de la oscuridad, del no ver nada, del desconcierto de verme alguna vez como perdida, e incluso de llegar a recriminarle el por qué ha permitido esto o aquello,… siempre viene a mi memoria aquel  primer encuentro, y me digo: ¡Él está conmigo!,  por lo que en el fondo sé que las cosas pasan por algo, y que al final del túnel está la luz.

En este momento de mi vida soy una más de la larga lista de parados de este país. Muchas veces miro al cielo y le pregunto por qué ha permitido que esté sin trabajo tanto tiempo, casi dos años, yo que siempre trabajé, y tuve buenos empleos, y éxito en mi desempeño profesional, ¿por qué esto?, ¿por qué?,… 

Aún así, también le doy gracias infinitamente, porque si no fuera por mí situación laboral actual, jamás hubiera descubierto, entre otras cosas, esta pasión de escribir. Mis trabajos siempre fueron muy estresantes de hasta 10 y 12 horas de dedicación, y, como es fácil imaginar, en esas condiciones, ¡imposible detenerme en escribir una letra! 

Más allá de los avatares de la vida, aquel encuentro fue determinante, y aunque nunca más volví a escuchar aquellas dulces palabras, todos los días cuando me detengo a ver el mar, las evoco,  y regreso a casa a plasmar lo que mi alma y mi piel me piden desde mi soledad,  aquí mismo, en mi balcón,  el balcón de Bea.

Beatriz Martín,
Tenerife, España
29/Abril/12

6 comentarios:

  1. uufff Marce jaja se me suben los colores a mis mejillas ,pero gracias por compartir con los tuyos mi experiencia ojala le legue a la gente y que Jesús toque corazones gracias, un abrazo muy fuerte

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    1. ¡Amén!, hoy más que nunca estamos llamados a dar testimonio del amor del Señor y nuestras vidas. Dios es real, y nos ama, y esa experiencia no se puede callar. Gracias por compartir con nosotros tu testimonio

      Marcelo

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  2. HERMOSO querida nena.....
    Yo conoci al Senor a los 13 y a los 14 fui bautizada....en las aguas...Muchas cosas pasaron...tambien me decia..IR A PREDICAR....la palabra lo dice...ID Y PREDICAD EL EVANGELIO...

    Desde mis versitos le doy a conocer.COMO TU....AMIGA ...
    DESDE CUALQUIER ANGULO..PODEMOS HACERLO.....TE QUIERO

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    1. Gracias Mildred por tu hermoso comentario y testimonio. Concuerdo contigo, por muchos caminos servimos a Dios en el día a día de nuestra vida cotidiana, con los dones y talentos que él, en su bondad, nos ha confiado. Un abrazo desde la isla de Tenerife, Canarias

      Marcelo

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  3. Indudablemente, que la bella Beatriz, es una escogida por Dios, èl se manifiesta de diferentes formas, y a pesar de la pruebas que hoy pasa, Dios la guarda y cuida de ella.

    Precioso su testimonio,dado a conocer por tus bellas letras. Gracias querido amigo por compartirlo con nosotros.

    Un gran abrazo para ambos, que siempre el Señor los acompañe y Bendiga.

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    1. Gracias, Irene, por tu hermoso comentario, por esa grandeza también de tu corazón, que sabe ser generoso y reconocer las maravillas de Dios en cada uno de nosotros, por distintos caminos y sendas,...

      Un abrazo grandote,

      Marcelo

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