Go Down, Moses, un clásico del género spiritual
black (negro espiritual), interpretado por el inolvidable Louis
Armstrong.
La experiencia de salvación/liberación que ha vivido
Israel, testimoniada en el libro del Éxodo,
es realmente singular.
El Dios de Moisés no se identifica con las divinidades opresoras del panteón egipcio, ni con la teología
de los demás pueblos de la antigüedad:
fenicios, babilonios, persas, griegos, romanos.
Este Dios
no es un culto solar ligado a los cambios astronómicos, no depende de una escultura de piedra para existir, no está
recluido en las paredes de un santuario.
Es un Dios Santo y Justo, que vive
en medio de su pueblo y que camina con ellos, un Dios que odia la opresión y la esclavitud, y que lejos de invitar a la resignación, empuja a la gente y la
llama a liberarse, a conquistar
una tierra nueva.
Es que la gran preocupación del Dios del Antiguo Testamento es el asunto de la Justicia y el
Derecho, la defensa del pobre,
del huérfano, de la viuda, del forastero, es decir, de los más débiles y
desprotegidos.
Otros pueblos
han vivido una revelación de lo divino a través de las maravillas de la
creación, o por medio de una ley o código ético, o en lo profundo de
la conciencia individual, pero lo novedoso de Israel fue reconocer a Dios
en los procesos históricos de liberación.
A la luz de esta
experiencia de la Biblia, la fe en Dios lejos de significar una evasión de
la realidad, una especie de alienación que nos infantiliza, es un llamado
al compromiso por la justicia y la liberación, para que
transformemos la realidad que oprime.
La promesa de la
Tierra Prometida, lo que Jesús de Nazaret llamaba el Reino de
Dios, es al mismo tiempo don de Dios y tarea humana, se va haciendo
palpable en la medida en que obedecemos a Dios, buscamos la justicia, y defendemos
la dignidad de las personas.
Cuando confronto
esta experiencia de Moisés, por ejemplo, con la realidad que vivo
aquí en España: los recortes contra los sectores más débiles,
el alto número de parados, los desahucios, ejecutados de espaldas
a las exigencias mínimas de la justicia social, con esa lógica fría, y
diabólica, del capital y de la banca,… observo que el llamado de Dios a liberar
al pueblo sigue resonando en la sociedad actual.
Que frente a las
injusticias que padecen tantos seres humanos, no permanezcamos despreocupados,
como si no pudiéramos cambiar las cosas. No hagamos como decía aquel autobús de
cierta campaña atea que circuló hace unos años: “Probablemente Dios no existe, deja de preocuparte y disfruta la vida”
¡Qué poco conocía el libro del Éxodo el que escribió esta frase!
La invitación a
despreocuparse, y a disfrutar la vida, no tiene nada que ver con el Dios de
Abraham, de Moisés, de Elías y de Jesús de Nazaret.
Cuando uno se
encuentra con el Dios vivo, en medio de las zarzas que arden sin
consumirse de la propia historia personal, no se puede permanecer
indiferente al sufrimiento de las personas, ni disfrutar la vida, de espaldas a
lo que sucede alrededor.
Por favor, si me
quieren convencer de ser ateo, busquen unos argumentos de mayor perspectiva ética.
Entretanto, escuchemos
el canto, y hagamos nuestra la voz de Moisés delante del viejo faraón: ¡Deja ir
al pueblo! Amén. Aleluya.
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