De los libros que he leído sobre la lectio divina, esa experiencia de encuentro con el Señor a través de su Palabra, uno de los que más me han gustado es el del benedictino García M. Colombás, La Lectura de Dios. En su estilo, sencillo y pedagógico, ha sabido plasmar una experiencia de siglos, que hunde sus raíces en los padres de la Iglesia, y que llega hasta nosotros, cruzando la edad media, a través de los monjes. A pesar de su fondo histórico, La Lectura de Dios no es un estudio crítico, su objetivo más bien es que el lector experimente por sí mismo y se acerque a la Palabra, y que ese acercamiento se convierta para él en una verdadera experiencia de Dios.
La práctica fiel de la lectio divina transforma nuestra vida, porque ese contacto frecuente con el poder de la Palabra, donde habla el Espíritu Santo, renueva nuestra mente, hiere con su espada de doble filo nuestro corazón, y nos va configurando con el misterio de Cristo, quien sale a nuestro encuentro y nos explica las Escrituras, y decimos como los discípulos de Emaús: "¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24, 32). Esa Palabra que nos ha tocado por dentro se convierte también en oración, en un diálogo amoroso con Dios, o en un silencio de miradas, bajo la guía del Espíritu Santo que ora en nosotros sin cesar, y gime diciendo: "Abba, Padre" (Rom. 8,15)
La práctica fiel de la lectio divina transforma nuestra vida, porque ese contacto frecuente con el poder de la Palabra, donde habla el Espíritu Santo, renueva nuestra mente, hiere con su espada de doble filo nuestro corazón, y nos va configurando con el misterio de Cristo, quien sale a nuestro encuentro y nos explica las Escrituras, y decimos como los discípulos de Emaús: "¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24, 32). Esa Palabra que nos ha tocado por dentro se convierte también en oración, en un diálogo amoroso con Dios, o en un silencio de miradas, bajo la guía del Espíritu Santo que ora en nosotros sin cesar, y gime diciendo: "Abba, Padre" (Rom. 8,15)
Que el Señor, en su bondad, incline nuestro corazón a sus palabras, para que acontezca en nosotros lo que dice el salmo 1, acerca del hombre que medita día y noche en la Palabra de Dios: "Será como un árbol plantado al borde de la acequia, da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin"
LA LECTURA DE DIOS : DESCARGAR
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