Una sed muy profunda, de sentido y felicidad, recorre las entretelas del corazón humano.
Aunque nuestros sentidos estén embotados, el anhelo está ahí, en el centro de gravedad de nuestro ser, basta prestar atención, ...un momento de escucha, una palabra, o a la mejor una imagen, un bello paisaje,...y la acuciante necesidad de hallar la raíz, emerge desde adentro.
Todas las tradiciones religiosas de la humanidad han intentado ofrecer una respuesta a este reclamo que brota de lo intimo de cada persona.
Occidente, hedonista y ciego, empachado de materialismo, pretende hacernos creer que podemos vivir de espaldas a las exigencias más radicales de sentido y espiritualidad, de espaldas a la dimensión interior, de espaldas a la vocación que late en nosotros y nosotras de experimentar al Dios vivo
Negar lo espiritual es deshumanizante, atenta contra la dignidad humana.
La milenaria tradición cristiana nos ofrece el camino de la contemplación, el cauce natural de la vida en el Espíritu, allí desemboca el río incesante de la plegaria, en un remanso de silencio y presencia, como la suave brisa del profeta Elías.
Sí, todos y todas estamos llamados a la contemplación, a la vida mística, a encontrarnos cara a cara con el Señor.
Necesitamos una generación de testigos del Dios vivo, hoy en Europa y en el mundo, verdaderos profetas de la grandeza inefable, que es amor, que es paz, que busca la comunión con nosotros, sus amados hijos e hijas.
La contemplación es un camino de amor que nos transforma. Y ni todo el oro que hay en la tierra se compara a la gracia indecible de este amor.
Hoy cuando la existencia de Dios mismo es puesta en tela de juicio, no bastan los discursos ni las apologías, necesitamos testimonios, hombres y mujeres que se hayan encontrado con el amor, y lo comuniquen a los demás, como la mujer samaritana con los vecinos del pueblo.
La contemplación nos ayuda a vivir nuestra identidad más profunda como humanos, la contemplación es ya el Reino Nuevo actuando en nuestra vida, la contemplación nos hace acercarnos a los otros y a las otras con el fuego ardiente de la caridad, la contemplación nos humaniza y, justo, lo que más necesitamos, son hombres y mujeres profundamente, radicalmente, humanos.
El fruto de la contemplación es siempre el amor. De allí el titulo de este interesante libro del monje cisterciense Thomas Keating: Invitación a amar.
El autor hace un recorrido por el camino de la contemplación, invitándonos a vivir en primera persona la aventura de la amistad con Cristo,... Allí mismo, por estas calles que nos ha tocado transitar, para que seamos esos testigos del amor y la misericordia, enviados a comunicar a otros y otras la buena y gran noticia:
Dios es amor.
INVITACIÓN A AMAR : DESCARGAR
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