Suelo reservar la tarde de los domingos para planear mi semana de trabajo: reuniones, revisión de la programación didáctica, contenidos, recursos, proyectos, tareas de clase,…
Hay gente que siente un gusto casi natural en planificar. Yo, en cambio, tengo que hacer un esfuerzo, porque mi tendencia es a ir viviendo según se vayan presentando las circunstancias de cada día. Pero hay que hacerlo, lo sé, no necesito que nadie me convenza, planificar es imprescindible si se quiere llegar a alguna parte, en un lapso de tiempo concreto, y con unos recursos que, por lo general, son escasos.
Lo más difícil es siempre sentarme y empezar.
A veces doy varios rodeos en torno al escritorio, voy del salón a la ventana, regreso, vuelvo a la mesa,… hasta que, finalmente, enciendo el ordenador, y, ¡venga!, ¡a trabajar!
Hoy, será por el pelete, me ha costado arrancar. Desde el desayuno mi cabeza ya ha estado varias veces en el lunes, y en una reunión con profesores de Religión del miércoles, y, cuando compraba el pan en la mañana, discutiendo la fecha de los próximos carnavales, hasta que el almanaque de la cocina me ha sacado de dudas. Así somos, nos cuesta situarnos mentalmente en lo único que realmente tenemos: el hoy.
En realidad las clases que doy, comienzan en este escritorio, aquí creo mi plan de acción, revuelvo mis archivos, me pregunto cómo voy a lograr este o aquel objetivo, los ejemplos que voy a usar, las preguntas, los conceptos que voy a utilizar, las competencias,…
Aunque lo de improvisar se me da bastante bien, desde hace años tengo como ley llegar siempre al aula con un plan de acción bajo el brazo. Si luego la dinámica me conduce hacia otros derroteros, no pasa nada, pero el plan bien preparado me ayuda a centrarme, y a mantener el timón en el ir y venir de la clase.
Una buena hora de clase siempre tiene un momento mágico, estelar, cuando en el fluir de las intervenciones y los comentarios, logras captar la atención de tu auditorio, y sientes que se va hilando el tema, y parece que navegamos en la dirección deseada. Esta experiencia es difícil prolongarla durante toda la hora, por lo que hemos de variar el menú, y pasar a algún ejercicio práctico: una actividad en el cuaderno, escuchar una canción, ver un vídeo, trabajar algunas preguntas en pequeño grupo, y así se va reponiendo la energía del grupo.
Escuchar y mantener la atención durante 55 minutos seguidos de clase requiere, para un adolescente normal, un esfuerzo muchas veces agotador, les vence la fatiga, la necesidad de interactuar con el compañero, las distracciones.
Por eso hay que aprovechar al máximo los primeros 20 minutos: la motivación inicial, una anécdota relacionada con el tema, o una pregunta abierta que ayude a calentar los motores; luego escribimos el titulo del tema en la pizarra, les pedimos que saquen el cuaderno, y, listo, arrancamos, y nos metemos directamente en el asunto, sean las parábolas, o los desafíos de la ética cristiana.
Bueno, todo esto, en realidad no empieza cuando suena el timbre y entramos en el aula, se inicia cuando el profe, venciendo el frío de febrero, enciende su ordenador y dibuja, según la creatividad y el ánimo que Dios le dé, su carta de navegación, es decir, tal y como yo intentaré hacer ahora, elabora su plan de clases.
La interesante canción de los Beatles: Nowhere man, de la película "Yellow Submarine", trata de un hombre que no sabe en realidad a dónde va,…y ello, a pesar de dominar innumerables materias, de ser un sabio, ... ¡pero sin brújula!, como tantos y tantas en nuestro absurdo mundo,... Lo dedico, ironías aparte, a todos los que, como yo, estamos embarcados en esta aventura de la planificación, que, precisamente, no es otra cosa que encontrar “el lugar” a donde queremos llegar, y poner los medios para lograrlo efectivamente.
La paz de Dios nos acompañe a todos y todas en este domingo.
Hay gente que siente un gusto casi natural en planificar. Yo, en cambio, tengo que hacer un esfuerzo, porque mi tendencia es a ir viviendo según se vayan presentando las circunstancias de cada día. Pero hay que hacerlo, lo sé, no necesito que nadie me convenza, planificar es imprescindible si se quiere llegar a alguna parte, en un lapso de tiempo concreto, y con unos recursos que, por lo general, son escasos.
Lo más difícil es siempre sentarme y empezar.
A veces doy varios rodeos en torno al escritorio, voy del salón a la ventana, regreso, vuelvo a la mesa,… hasta que, finalmente, enciendo el ordenador, y, ¡venga!, ¡a trabajar!
Hoy, será por el pelete, me ha costado arrancar. Desde el desayuno mi cabeza ya ha estado varias veces en el lunes, y en una reunión con profesores de Religión del miércoles, y, cuando compraba el pan en la mañana, discutiendo la fecha de los próximos carnavales, hasta que el almanaque de la cocina me ha sacado de dudas. Así somos, nos cuesta situarnos mentalmente en lo único que realmente tenemos: el hoy.
En realidad las clases que doy, comienzan en este escritorio, aquí creo mi plan de acción, revuelvo mis archivos, me pregunto cómo voy a lograr este o aquel objetivo, los ejemplos que voy a usar, las preguntas, los conceptos que voy a utilizar, las competencias,…
Aunque lo de improvisar se me da bastante bien, desde hace años tengo como ley llegar siempre al aula con un plan de acción bajo el brazo. Si luego la dinámica me conduce hacia otros derroteros, no pasa nada, pero el plan bien preparado me ayuda a centrarme, y a mantener el timón en el ir y venir de la clase.
Una buena hora de clase siempre tiene un momento mágico, estelar, cuando en el fluir de las intervenciones y los comentarios, logras captar la atención de tu auditorio, y sientes que se va hilando el tema, y parece que navegamos en la dirección deseada. Esta experiencia es difícil prolongarla durante toda la hora, por lo que hemos de variar el menú, y pasar a algún ejercicio práctico: una actividad en el cuaderno, escuchar una canción, ver un vídeo, trabajar algunas preguntas en pequeño grupo, y así se va reponiendo la energía del grupo.
Escuchar y mantener la atención durante 55 minutos seguidos de clase requiere, para un adolescente normal, un esfuerzo muchas veces agotador, les vence la fatiga, la necesidad de interactuar con el compañero, las distracciones.
Por eso hay que aprovechar al máximo los primeros 20 minutos: la motivación inicial, una anécdota relacionada con el tema, o una pregunta abierta que ayude a calentar los motores; luego escribimos el titulo del tema en la pizarra, les pedimos que saquen el cuaderno, y, listo, arrancamos, y nos metemos directamente en el asunto, sean las parábolas, o los desafíos de la ética cristiana.
Bueno, todo esto, en realidad no empieza cuando suena el timbre y entramos en el aula, se inicia cuando el profe, venciendo el frío de febrero, enciende su ordenador y dibuja, según la creatividad y el ánimo que Dios le dé, su carta de navegación, es decir, tal y como yo intentaré hacer ahora, elabora su plan de clases.
La interesante canción de los Beatles: Nowhere man, de la película "Yellow Submarine", trata de un hombre que no sabe en realidad a dónde va,…y ello, a pesar de dominar innumerables materias, de ser un sabio, ... ¡pero sin brújula!, como tantos y tantas en nuestro absurdo mundo,... Lo dedico, ironías aparte, a todos los que, como yo, estamos embarcados en esta aventura de la planificación, que, precisamente, no es otra cosa que encontrar “el lugar” a donde queremos llegar, y poner los medios para lograrlo efectivamente.
La paz de Dios nos acompañe a todos y todas en este domingo.
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