Hay gentes que viven el trabajo de cada día como si fuera un
castigo, una suerte de maldición que pesa como una losa sobre sus hombros.
Su expectativa de ser felices se reduce a las vacaciones anuales,
y a los fines de semana.
Es cierto que, en los tiempos que corren, muchos de nosotros
y nosotras padecemos los efectos de sistemas laborales inhumanos e injustos:
bajos salarios, tareas repetitivas, sobre-explotación, precariedad laboral,
ambientes desmotivadores,…
Incluso no es infrecuente que, por necesidad, nos veamos
precisados a ocupar puestos de trabajo que no se corresponden con nuestro nivel
de formación técnica y profesional.
Muchos y muchas, sencillamente, se dedican a actividades que
no les satisfacen. Su única recompensa es la obtención de una remuneración que
les permita vivir, o sobrevivir, según el caso, y poco más.
No es de extrañar que, en esas condiciones, los niveles de
productividad sean francamente bajos.
Todo esto es cierto. Pero hay algo que podemos hacer.
La clave está en la actitud.
Hemos de recuperar la Buena Noticia cristiana sobre el
trabajo.
El trabajo es inherente a la dignidad humana, mediante el
mismo nos unimos a toda la humanidad que se levanta temprano, y se gana el pan
de cada día con el sudor de su frente.
Trabajar es vivir en comunión con los otros y las otras.
El trabajo es una forma concreta de servir a la comunidad,
de contribuir al bien común: un médico, un profesor, el dependiente de una
tienda.
Trabajar es usar, y multiplicar, los dones recibidos de Dios,
y participar en el milagro continuo de la creación.
Y aunque es cierto que exige esfuerzo, disciplina, negación
de sí mismo, dedicación, trabajar es el camino que nos ha marcado Dios para que
realicemos plenamente nuestra vocación humana.
Los cristianos y las cristianas, sea cual sea la tarea a la
que nos dediquemos, estamos llamados a trabajar bien. Ello forma parte de
nuestro testimonio como discípulos de Jesús.
Se nos pide que seamos organizados y previsivos, que
asumamos una actitud proactiva en el
logro de nuestras metas, que seamos creativos, que mejoremos continuamente la
calidad de nuestro desempeño profesional.
Trabajar mucho, y bien, y confiar mucho, y siempre, en Dios. ¡Ambas cosas a la
vez! Es el famoso ora et labora de san Benito.
Reza y trabaja.
Es el camino que han seguido los grandes santos de nuestra
Iglesia. Han dedicado largas horas al trato asiduo e íntimo con el Señor, y,
paralelamente se han comprometido en un trabajo muchas veces intenso, con entusiasmo,
con un gran sentido de la responsabilidad, dedicando su tiempo, su pasión, sus
ganas, a la tarea encomendada.
Recordar estas verdades tan básicas del cristianismo es
fundamental en los tiempos tan difíciles que nos toca vivir.
Es una cuestión de valores. El trabajo debería estar en el
centro de toda la llamada cuestión social.
Es más, lo afirmo, cualquier proyecto de felicidad que no se
relacione con el trabajo, yo lo tengo siempre por sospechoso.
El análisis de este trabajo ha sido muy bien enfocado en cuanto al cristianismo. Gracias.
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