El día a día de las aulas está marcado por numerosos
encuentros y desencuentros. Hay roces, rivalidades, antipatías,
enfrentamientos, conflictos de todo tipo, de los alumnos entre sí, de los
profesores con los alumnos, de los padres con los profesores, de los padres
entre ellos. Las combinaciones son infinitas.
Frente a una situación de conflicto los adolescentes tienden
a responder en forma reactiva, y algunas veces violenta: “Yo no soy tonto. Tú me la haces, yo te la hago, ¡pum!”
Se supone que cuando se presenta un conflicto los docentes
debemos procurar su resolución a través
del diálogo y el consenso.
En la práctica constatamos que los chicos carecen de un
modelo dialogal de resolución de conflictos, por lo que nuestra primera tarea
es ofrecerles pautas concretas para que aprendan a resolver sus problemas de
convivencia no con los puños sino dialogando, e incrementen así su competencia
social.
La tarea no es fácil, pero vale la pena intentarlo.
Destacamos a continuación 6 claves importantes para que el
diálogo logre su objetivo y contribuya a mantener y restituir el clima de
convivencia:
1. Verificar que ambas personas están dispuestas a
establecer un diálogo. Si una de las partes está cerrada a dialogar, o mantiene
una actitud hostil, lo mejor es aplazar
el encuentro o buscar otras vías de solución según la normativa del centro.
2. Escuchar con atención, sin interrumpir, la exposición que
haga la otra persona del caso, aunque no coincida con la versión propia. La
meta es escuchar con empatía, es decir, poniéndose en el lugar del otro, e
intentar comprenderle.
3. Evitar los juicios de valor sobre el modo de ser de las
personas, sus características personales, o sus intenciones ocultas. Podemos,
eso sí, valorar las acciones puntuales que hayan generado la incidencia. Mientras
más específicos seamos en relación a los hechos, mejor.
4. Comunicar los sentimientos/emociones que nos ha producido
la situación. Frente a esto no puede haber discusión, puede ser que lo que
siento no se corresponda con las intenciones de la otra persona, pero mi
sentimiento de enfado, humillación, injusticia, etc., es real. Paralelamente,
he de aceptar los sentimientos/emociones que me comunica la otra persona en
relación a la incidencia en cuestión.
5. Saber reconocer los errores cometidos y pedir disculpas
si se ha causado daño a otros, o se la ha herido emocionalmente. Este punto
suele ser el más difícil para ciertos adolescentes acostumbrados a no reparar
el daño que cometen, y que afecta a terceros. Saber reconocer los errores es
signo de seguridad en uno mismo, y un indicador de inteligencia emocional.
6. Todo diálogo debería concluir con algunos acuerdos que
favorezcan la restitución del clima de convivencia. Por supuesto la amistad no
se decreta, y si existe, por ejemplo, una corriente de antipatía entre las
personas, es muy difícil que desaparezca por una simple conversación. Sin
embargo, hay un nivel mínimo exigible a
todos: el trato respetuoso y amable que debe caracterizar las relaciones entre
compañeros. El acuerdo debería incluir que se evite en lo sucesivo la acción
que causó la incidencia y el establecimiento de una actitud de respeto y
aceptación mutua.
Importante: el diálogo nunca debe sustituir la sanción que establezcan las normas del centro ante el problema de
convivencia que se ha presentado. Los alumnos deben aprender que sus acciones
tienen consecuencias y que deben responder por aquellos actos que cometen y que
contravienen la normativa de la escuela.
Hasta aquí mi propuesta sobre las posibles claves a tomar en
cuenta para establecer un diálogo fructífero en un contexto conflictivo. Estoy
abierto a los aportes y opiniones que puedan enriquecer la reflexión.
@MarceloMartín
No hay comentarios:
Publicar un comentario