La era mesiánica es anunciada por los profetas como un tiempo de consolación: "Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice Yahvé, tu Dios. Hablen a Jerusalén, hablen a su corazón y díganle que su jornada ha terminado,..." (Is. 40, 1-2).
* Gentes sin trabajo que deambulan por las calles, 4 de cada 10 viviendo en hogares donde no hay ningún tipo de ingresos;
* Gentes víctimas de la violencia y la falta de amor, y de perdón, en su propia familia;
* Gentes olvidadas en los geriátricos, en las cárceles, en los hospitales;
* Gentes excluidas por el color de su piel, su nacionalidad, su acento, su religión;
* Gentes que padecen situaciones de angustia: la perdida repentina de un hijo, una enfermedad dolorosa, el agobio de las deudas;
* Gentes sin amigos, carentes de un abrazo fraterno que los acompañe en el camino.
Tantas gentes,...
La venida de Jesús a la tierra inaugura la era del consuelo. Él pasó por el mundo haciendo el bien, curando a los enfermos, consolando a los afligidos, anunciando la buena noticia a los pobres, el perdón a los pecadores, la liberación a los cautivos.
Nosotros, discípulos de Cristo, en nuestro aquí y en nuestro ahora, prolongamos en la historia el ministerio mesiánico de la consolación.
Sí, abramos los brazos y el corazón, seamos los consoladores que el Señor envía hoy a su pueblo que sufre, en Canarias, en España, en América Latina, en el mundo entero.
Consolar a los demás, con el consuelo que nosotros mismos recibimos de Dios. Nadie puede dar lo que no tiene.
El anuncio de la consolación se renueva en cada Adviento. Vivamos el camino a la Navidad renovando nuestra vocación a testimoniar, con hechos y palabras, el consuelo y la misericordia que hemos recibido con la venida de Jesús, el Cristo.
Nuestra Señora de la Consolación nos ayude a vivir esta preciosa misión.
Amén.
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