Un canto muy sencillo que nos invita a poner la mirada y el corazón en Cristo Jesús, que se ha entregado por todos y todas en el madero santo de la cruz.
El canto parece dirigirse especialmente a los jóvenes, para que encuentren en Jesús el sentido definitivo de la vida, el del amor y la entrega, el del seguimiento a Aquel que se ha dado a sí mismo por salvarnos y manifestarnos el amor del Padre.
La aventura del seguimiento a Jesús, camino, verdad y vida, no la hacemos en solitario, por eso decimos siempre: ¡Ven, hermano!, ¡Ven, hermana!, tomados de la mano, formando una cadena, juntos, encontramos en Jesús la fuente perenne de la verdadera amistad.
El canto es ideal para una convivencia o encuentro juvenil, haciendo presente a Cristo vivo al congregarnos para orar, escuchar su Palabra y construir juntos la fraternidad, en la entrega y el apostolado.
También en clase de Religión y la catequesis, según las oportunidades y los tiempos, podemos compartir este canto, uniendo a nuestro mensaje, no sólo la palabra, sino también el gozo del testimonio, brindando a los jóvenes una experiencia verdadera de comunión y participación.
La Iglesia debería brindar a los jóvenes espacios de encuentro, donde florezcan relaciones verdaderamente fraternas, y sea posible el crecimiento en la fe y el testimonio de la Buena Noticia del Evangelio.
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