Una canción de Antonio Flores, Rosas de fresa, que, en su sencillez, tiene mucho que contarnos sobre nosotros mismos, y nuestras actitudes con los demás.
La historia es la de todos los días, una anciana en una esquina, en medio del trajín de la ciudad, vende flores a unos transeúntes, quienes, sumergidos en sus propios afanes, ni siquiera reparan en ella.
Están por todas partes. Gentes diversas, emigrantes, ancianos, parados, incluso niños, aprovechando el cambio de luz de un semáforo, en las esquinas, en las plazas, en nuestro caminar por la ciudad, nos asaltan para ofrecernos cosas: gafas, abanicos, llaveros, pañuelos de papel, paraguas, o simplemente una melodía interpretada a pie de calle.
En el caso de la canción se trata de una flor, una simple rosa, color de fresa, la cual puede significar tantas cosas: amistad, cariño, belleza, agradecimiento, cercanía, gratuidad,…
Pero, seamos sinceros, aunque lleguemos alguna vez a comprar uno de estos productos, con frecuencia ni vemos a la cara a estas personas, nos acostumbramos a ellos, están mimetizados con el decorado de la ciudad.
En otras ocasiones, simplemente rehuimos su presencia, quizás por miedo, por prudencia, o porque estamos tan embebidos en nuestros asuntos que no queremos detenernos.
Pues bien, detenerse, mirarles, es un acto de reconocimiento de la existencia del otro. Dedicar unos instantes para decir amablemente: “no, gracias”, es una forma de humanizar la vida que compartimos todos y todas.
¿Nos hemos preguntado por las historias que hay detrás de estas personas que, diseminadas por la ciudad, se dedican a vendernos pequeñas cosas, o a cantarnos a la entrada del Metro,…? A veces son verdaderas tragedias humanas, problemas de adicción a las drogas y al alcohol, abandono familiar, o, sencillamente, una situación de extrema vulnerabilidad económica, es decir, de pobreza, pura y dura.
Tengo para mí, que en estos pequeños seres que pueblan la ciudad, se esconde la presencia real del Señor Jesucristo. Claro, tenemos que abrir los ojos, y atrevernos a mirar.
La canción nos llega porque en medio de la despersonalización de la urbe, la anciana vendedora de rosas se convierte en un reclamo de humanización, un recordatorio de la necesidad que tenemos de mirarnos, de reconocernos, en una palabra, de encontrarnos mutuamente como seres humanos que somos.
Creo que la historia lo que resalta es precisamente esto: la magia del encuentro entre dos vidas diferentes que coinciden en el espacio, a ratos bastante inhóspito, de la ciudad. La anciana en su debilidad, en la precariedad de su presencia, que puede pasar casi desapercibida. El hombre que sabe ver más allá, que reconoce en la anciana, un gesto generoso que enriquece su condición humana, y lograr tocar su corazón.
¿Reconocemos a las “vendedoras de rosas” que nos aguardan en las esquinas de nuestra ciudad? ¿Las vemos? ¿Sabemos recibir las flores que nos entregan? Y nosotros, ¿qué entregamos a los que pasan a nuestro lado?
Ahí nos queda la pregunta.
Les presento aquí la letra de la canción. Me parece que puede ser interesante para escucharla con los alumnos y alumnas en clase de Religión:
ROSAS DE FRESA
Casi oculta en una esquina
Del bulevar de Princesa
Una mujer de cien lunas
Vende rosas color fresa
Rosas de fresas
Rosas de fresas
Rosas que nacen entre los dedos
Sin darse cuenta
Tiene el cabello tan claro
Que su piel parece negra
Tiene todo encarcelado
Menos la mano que alegra
La mano que alegra
La mano que alegra
La mano que alegra la flor sin vida
Que su tristeza
Cuando pase por su lado
Escuche su voz tan clara
Señor, cómpreme esta flor
Se la dejo regalada
Cómpreme esta rosa
Cómpreme esta rosa
Cómpreme esta rosa que la gente pasa
Y va a sus cosas
Ella dejó en su bolsillo
Un billete que era mío
Y yo seguí mi camino
Pensando en ella y en él frío
Rosas de fresas
Rosas de fresas
Rosas que le nacen entre los dedos
Sin darme cuenta.
Antonio Flores
La historia es la de todos los días, una anciana en una esquina, en medio del trajín de la ciudad, vende flores a unos transeúntes, quienes, sumergidos en sus propios afanes, ni siquiera reparan en ella.
Están por todas partes. Gentes diversas, emigrantes, ancianos, parados, incluso niños, aprovechando el cambio de luz de un semáforo, en las esquinas, en las plazas, en nuestro caminar por la ciudad, nos asaltan para ofrecernos cosas: gafas, abanicos, llaveros, pañuelos de papel, paraguas, o simplemente una melodía interpretada a pie de calle.
En el caso de la canción se trata de una flor, una simple rosa, color de fresa, la cual puede significar tantas cosas: amistad, cariño, belleza, agradecimiento, cercanía, gratuidad,…
Pero, seamos sinceros, aunque lleguemos alguna vez a comprar uno de estos productos, con frecuencia ni vemos a la cara a estas personas, nos acostumbramos a ellos, están mimetizados con el decorado de la ciudad.
En otras ocasiones, simplemente rehuimos su presencia, quizás por miedo, por prudencia, o porque estamos tan embebidos en nuestros asuntos que no queremos detenernos.
Pues bien, detenerse, mirarles, es un acto de reconocimiento de la existencia del otro. Dedicar unos instantes para decir amablemente: “no, gracias”, es una forma de humanizar la vida que compartimos todos y todas.
¿Nos hemos preguntado por las historias que hay detrás de estas personas que, diseminadas por la ciudad, se dedican a vendernos pequeñas cosas, o a cantarnos a la entrada del Metro,…? A veces son verdaderas tragedias humanas, problemas de adicción a las drogas y al alcohol, abandono familiar, o, sencillamente, una situación de extrema vulnerabilidad económica, es decir, de pobreza, pura y dura.
Tengo para mí, que en estos pequeños seres que pueblan la ciudad, se esconde la presencia real del Señor Jesucristo. Claro, tenemos que abrir los ojos, y atrevernos a mirar.
La canción nos llega porque en medio de la despersonalización de la urbe, la anciana vendedora de rosas se convierte en un reclamo de humanización, un recordatorio de la necesidad que tenemos de mirarnos, de reconocernos, en una palabra, de encontrarnos mutuamente como seres humanos que somos.
Creo que la historia lo que resalta es precisamente esto: la magia del encuentro entre dos vidas diferentes que coinciden en el espacio, a ratos bastante inhóspito, de la ciudad. La anciana en su debilidad, en la precariedad de su presencia, que puede pasar casi desapercibida. El hombre que sabe ver más allá, que reconoce en la anciana, un gesto generoso que enriquece su condición humana, y lograr tocar su corazón.
¿Reconocemos a las “vendedoras de rosas” que nos aguardan en las esquinas de nuestra ciudad? ¿Las vemos? ¿Sabemos recibir las flores que nos entregan? Y nosotros, ¿qué entregamos a los que pasan a nuestro lado?
Ahí nos queda la pregunta.
Les presento aquí la letra de la canción. Me parece que puede ser interesante para escucharla con los alumnos y alumnas en clase de Religión:
ROSAS DE FRESA
Casi oculta en una esquina
Del bulevar de Princesa
Una mujer de cien lunas
Vende rosas color fresa
Rosas de fresas
Rosas de fresas
Rosas que nacen entre los dedos
Sin darse cuenta
Tiene el cabello tan claro
Que su piel parece negra
Tiene todo encarcelado
Menos la mano que alegra
La mano que alegra
La mano que alegra
La mano que alegra la flor sin vida
Que su tristeza
Cuando pase por su lado
Escuche su voz tan clara
Señor, cómpreme esta flor
Se la dejo regalada
Cómpreme esta rosa
Cómpreme esta rosa
Cómpreme esta rosa que la gente pasa
Y va a sus cosas
Ella dejó en su bolsillo
Un billete que era mío
Y yo seguí mi camino
Pensando en ella y en él frío
Rosas de fresas
Rosas de fresas
Rosas que le nacen entre los dedos
Sin darme cuenta.
Antonio Flores
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