Nos encontramos ya en pleno corazón de la JMJ. Con la alegría desbordante de los peregrinos inundando las calles de Madrid, con la entrañable presencia del santo Padre Benedicto XVI. Alabado sea Dios que así nos regala a todos y todas un tiempo de gracia.
En medio del vocerío de estos días, sintiéndome yo mismo en plena comunión de fe con este magno acontecimiento eclesial, frente a la inmensa masa, juvenil e internacional, que confiesa con gozo su fe y su adhesión a la Iglesia, también se han hecho presente las voces, las marchas y las contramarchas, de diversos colectivos que se han manifestado en oposición al evento, en algunos casos protagonizando escenas verdaderamente penosas, de irrespeto, de enfrentamiento, de franca intolerancia.
El derecho a protestar y a manifestar la propia postura es tan legítimo, como el que nos asiste a que el ejercicio de tal derecho no lesione ni irrespete nuestras creencias religiosas ¿Por qué hay un segmento dentro de la sociedad que no se aviene con este principio democrático? Sinceramente, estoy cansado de los insultos a la persona del Papa, de las burlas a mi condición de creyente, del sometimiento al escarnio público de los principios básicos de mi fe, todo ello barnizado por una mentalidad pretendidamente progre ¿Hasta cuándo?
Pero mi comentario no quiere referirse a este aspecto, ciertamente lamentable, que ofende el sagrado tesoro de la convivencia ciudadana, y el derecho mismo al ejercicio de la libertad religiosa, garantizado por la constitución española.
Mi intención aquí es preguntarme como creyente, más allá de la JMJ, y de todo lo que le rodea, ¿qué es lo que verdaderamente importa?
No son, ciertamente, las concentraciones de masas, las cuales pueden darnos una visión triunfalista de la fe cristiana que no es exacta. Profesar la fe cristiana no es un asunto de masas, sino de seguimiento a la persona de Jesucristo, de vivencia del Evangelio y de testimonio del mandamiento nuevo del amor. Es decir es, básicamente, un modo de vida. A mí en lo personal me han chocado algunas expresiones que he leído en cierta prensa y en las redes sociales, tales como somos más, o somos más de un millón, refiriéndose indudablemente a la polémica a la que antes hacía referencia.
Como cristiano, no me importa si somos 10, o si somos un millón, lo importante es seguir a Jesús, vivir según el Evangelio. Por lo demás, el Señor siempre habló de un pequeño rebaño, a quien el Padre le agradó dar el Reino.
Importa, y mucho, la palabra de Benedicto XVI, quien ha venido a confirmarnos en la fe. El ministerio eclesial del Sumo Pontífice es siempre signo y garante de la comunión de todas las iglesias en la fe común, la fe de Pedro, la fe de la Iglesia. Ha venido a invitar a los jóvenes a que conozcan a Cristo, a que se abran a la experiencia de amor y de salvación que nos ofrece Cristo, y a los valores del santo Evangelio.
Importa también el tremendo testimonio que han dado los jóvenes de la catolicidad de la fe cristiana. Ha sido muy edificante ver reunidos, agitando banderas multicolores, a chicos y chicas de multitud de países, idiomas, culturas, continentes, unidos por su fe en Jesucristo, y por su experiencia de adhesión a la Iglesia del Señor.
Importa así mismo el testimonio de entrega, generosidad y servicio que han dado tantas personas, familias, comunidades, de Madrid, y de tantos lugares de la geografía española, acogiendo a los jóvenes, trabajando todos estos días para hacer posible la realización de este evento, soportando jornadas intensas en pleno verano. Esta experiencia nos ha enriquecido sobremanera como Iglesia local. Más allá de lo que pueda parecer, la Iglesia española está viva, y lo ha demostrado ofreciendo este testimonio de servicio, y de entrega, de tantos y tantas voluntarios.
Todo esto es maravilloso, pero, lo confieso, no me conformo.
Desearía de todo corazón, como cristiano católico, que el mensaje de la JMJ tuviera un talante más profético. En medio de la debacle económica que estamos padeciendo en estos últimos meses, y a esta visión economicista de la vida que nos quieren imponer los poderosos, es tarea de la Iglesia denunciar con más coraje y valentía las atrocidades de un modelo económico y social basado en el lucro y en la idolatría del dinero, y que constituye un verdadero atropello a la dignidad de la persona humana.
Alguno me dirá, que sí, que se ha denunciado la perversión de una racionalidad económica realmente anti-evangélica, pero, que quieren que les diga, me gustaría que fuera más fuerte y concreta, no basta con enunciar principios generales, en nombre de tantas víctimas, de este ambiente convulso, de la alta tasa de paro, de los desahucios cotidianos, de los recortes a mansalva de derechos sociales, de la voz de los mismos indignados juveniles, la palabra de la Iglesia tiene que anunciar la buena noticia de la fraternidad, y denunciar con valentía las injusticias sociales. Como lo hizo el propio Jesús.
Además, me voy a atrever a decirlo, ciertas empresas privadas que han colaborado con la JMJ, son abanderadas y beneficiarias directas del modelo económico anti-humano que ha conducido a Europa y al mundo al caos económico en el cual nos encontramos. Ojalá que el patrocinio logrado no nos quite libertad profética para defender los principios básicos de la doctrina social de la Iglesia. Es un deber ético que brota de la propia fe cristiana.
Pasa la JMJ, para muchos jóvenes constituirá un momento fuerte de gracia y de conocimiento del Señor. De corazón deseamos que se encuentren personalmente con Cristo resucitado, y que experimenten en sus vidas la gracia del amor y de la salvación cristiana.
Pasa la JMJ, y queda para la Iglesia, universal y española, el repensar, a la luz del Evangelio, los desafíos actuales de la pastoral juvenil ¿Qué nos está pidiendo el Señor en esta hora de la historia? ¿Cómo estamos llamados a evangelizar, más allá de los eventos puntuales, a los jóvenes de hoy?
Ojalá que todos en la Iglesia, pastores, consagrados, laicos, escuchemos atentamente la voz del Espíritu, que nos habla a través de estos acontecimientos.
Viendo a estos chicos y chicas, con sus alegres cantos y consignas, nos asalta el deseo de que logren encontrar en nosotros un modelo de vida realmente alternativo, un testimonio de fe, y de sentido.
Que en sus parroquias de origen puedan vivir la experiencia de comunidades verdaderamente fraternas y participativas, escuelas de oración, de vida sencilla, de espiritualidad, de compromiso social y de acción solidaria.
Sí, estamos convencidos, Jesucristo tiene una palabra fuerte de gracia y salvación que decir a los jóvenes del siglo XXI. Pidamos al Espíritu Santo que podamos ofrecerles, con alegría y fidelidad, el testimonio de nuestra propia vida en Cristo Jesús.
Porque, se mire por donde se mire, lo que verdaderamente importa comienza al terminar la JMJ.
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