Hoy quiero llamar la atención sobre la pedagogía religiosa, un capítulo especial dentro del extenso campo de la pedagogía general.
Más allá de los aspectos técnicos y metodológicos de la didáctica, está la pedagogía.
Hago esta aclaración porque con alguna frecuencia he visto un excesivo énfasis en el componente tecnológico y procedimental del acto educativo, en menoscabo de la dimensión netamente pedagógica.
La didáctica está dirigida al cómo enseñar, los métodos más adecuados para impartir determinados contenidos, los recursos, la gestión del aula, los tiempos, los instrumentos de evaluación, las tareas, la programación, etc.
La pedagogía, en cambio, busca el significado y los fines del acto educativo, sus fundamentos filosóficos, su razón teleológica, es decir, el para qué de la enseñanza.
Por supuesto, ambas dimensiones se superponen en la práctica docente: a una determinada concepción de la enseñanza, se corresponderá una didáctica específica que le sea afín.
Pues bien, no sé si a ustedes les ocurre lo mismo, pero en estos últimos años, especialmente a partir del tema de las competencias básicas, todos hemos estado muy ocupados en adquirir las competencias técnicas y metodológicas para adecuarlas a las nuevas exigencias curriculares, y hemos aparcado la reflexión pedagógica.
Es curioso pero de pedagogía se habla poco en los medios educativos, apenas se escuchan, de vez en cuando, unas cuantas nociones básicas de lo que cada quien entiende por educación, y poco más.
El planteamiento de las competencias básicas no es sólo un asunto técnico y procedimental, es una nueva concepción del significado social de la enseñanza, de sus fines, del modelo de persona que queremos formar.
Podemos aprender a programar en competencias básicas, y establecer planes de concreción curricular técnicamente perfectos, pero si queremos que sean operativos, hemos de asumir el paradigma pedagógico que fundamenta dicha programación docente.
Pues bien, insisto, llega la hora de volver a la pedagogía, es decir, de retomar las preguntas primeras: ¿qué significa educar?, ¿para qué educamos?, ¿qué modelo de persona queremos formar?, ¿para qué sociedad educamos?, ¿cuál es la misión del docente?,…
En nuestro caso como profesores de Religión, la reflexión pedagógica se alimenta de esa rica tradición educativa que representa el cristianismo en la historia, el cual hunde sus raíces en la Palabra de Dios y en un dilatado magisterio eclesial.
Les invito: en medio de este cambio de paradigma educativo, volvamos a nuestras fuentes. Redescubramos la enorme riqueza de la pedagogía cristiana, fundada toda ella en una antropología que reconoce en cada ser humano una dignidad única y singular.
La educación cristiana con su acendrado humanismo, su talante dialogal con la cultura y con la historia, su interés por formar y preservar la libertad de la conciencia, su alto sentido ético y social, su visión integradora de la persona, su fidelidad y compromiso con las exigencias del contexto, su promoción y defensa de la dignidad humana, tiene mucho que aportar a la discusión.
Sí, después de todos estos años dedicados a temas meramente didácticos, es bueno enriquecer nuestro espíritu con una vuelta a la pedagogía.
El Maestro Jesús, que nos ha llamado al ministerio de la enseñanza en su Iglesia, nos ilumine y anime siempre en nuestra tarea docente. Amén.
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