Me he propuesto escribir una entrada sobre el
poder del santo Rosario, esta sencilla devoción mariana que aprendí en casa, y
que me ha acompañado a lo largo de mis días y de mis noches.
De niño, mi abuela nos sentaba, a mi hermana y a
mí, para que lo rezáramos con ella al finalizar la tarde. Era condición para
que nos dejaran salir un rato a jugar por los alrededores de casa. A nosotros
aquello nos parecía, sencillamente, interminable, e intentábamos correr con las
benditas Avemarías, pero mi querida abuela iba a su propio ritmo, y yo creo que
no se enteraba mucho de los apuros nuestros.
Luego me hice joven, olvidé esta piedad infantil
y, francamente, ya no acompañábamos a la abuela en sus oraciones. A los 16 años,
en Caracas, viví mi conversión y entré en el grupo de oración: El Rosal de
Jesús y María, y volví a rezar el Rosario, tanto en la comunidad de la renovación,
como en casa, casi siempre sólo.
Del rezo del Rosario quiero dar testimonio: ha
sido, tanto a nivel personal como familiar, un inmenso hontanar de gracias y
bendiciones las que he recibido a través de esta entrañable práctica oracional
mariana.
Si nos sentimos tristes y deprimidos, recemos el
Rosario, y el Alégrate, María, llena de gracia resonará en nosotros.
Ella es siempre la "causa de nuestra alegría" y la "consoladora
de los afligidos", pues Jesús, el gozo y el consuelo de Dios, nos ha
venido por medio de ella.
Si tenemos que enfrentarnos a la enfermedad, recemos
el Rosario; ella es invocada como "salud de los enfermos",
ella nos presentará delante de Jesús, por cuyas heridas todos hemos sido
sanados y liberados.
Si afrontamos problemas económicos, deudas, desempleo,
etc., no lo dudemos, recemos el Rosario; ella es especialista en adelantar la
hora de Jesús, y como en Caná de Galilea le dirá a su Hijo: No tienen vino. María
comprende la suerte de los pobres, por eso ha testificado su gran confianza en
Dios que A los hambrientos los colma de bienes, y a los ricos despide
vacíos.
Si nos hemos alejado de los caminos de Dios, o
quizás nos encontremos en pecado, no lo dudemos, recemos el Rosario; María
atraerá sobre nosotros el torrente de las misericodias divinas, las mismas que
la han preservado a ella de todo pecado, incluso del pecado original. Ella es
siempre el “refugio de los pecadores”, madre cariñosa que nos ha
recibido a los pies de la cruz, en la persona del discípulo amado: Mujer, he
ahí a tu hijo.
Si atravesamos la noche de la fe, si las dudas
nos asaltan y nos sentimos confundidos, recemos el Rosario; María nos hará
participes de su experiencia como creyente, ella se ha fiado de Dios en medio
de la incertidumbre y la oscuridad, Dichosa tú que has creído porque
en ti se cumplirá lo que de parte de Dios se te anunció. Ella, la primera
discípula, la que ha caminado en la obediencia de la fe, hasta
llegar a ver a Dios en Sión.
El Rosario derriba las murallas de los odios que
nos cercan, aleja las guerras, atrae la paz y la reconciliación entre quienes
han tenido alguna disputa, y también entre las naciones y los pueblos que están
enfrentados. Ella es la Reina de la Paz, que nos conduce a Aquel que nos
dice: Mi paz les dejo, mi paz les doy, porque en él, en Jesús, toda
la humanidad se ha reconciliado entre sí, y con el Padre.
El Rosario nos ayuda a penetrar en los secretos
de la buena noticia cristiana, el
santo Evangelio, para que vivamos como María, en actitud de discipulado,
ofreciendo a Dios nuestras vidas como servidores del Señor, según el espíritu del
Sermón de la Montaña y el mandamiento nuevo del amor fraterno: ámense unos a otros, como yo les he amado.
El Rosario infunde en el que lo reza el celo misionero, para que seamos testigos
del Resucitado allí donde estemos, y sirvamos a Dios con los carismas que se
nos ha confiado. Ella es la Reina de los Apóstoles y la Madre de la
Iglesia, ella estuvo presente en el primer Pentecostés, participando en esa
plegaria perseverante del pueblo de Dios, formando un sólo corazón y una sola alma con los hermanos y hermanas, en
comunión de amor y de fe, con Pedro y con los demás pastores de la Iglesia.
De la mano del Rosario, el Señor nos puede ir
introduciendo a un mayor crecimiento en la vida de unión con Dios, y en la
experiencia de la oración contemplativa. El Espíritu Santo que fecundó el seno virginal
del Nuestra Señora nos va empujando hacia una mayor intimidad con la persona de
Jesucristo, presente en la Eucaristía, presente también en la soledad y en el
silencio del corazón, para que progresemos por los caminos de la gracia y de la
santidad.
Muchas más cosas pudiera hablar de las gracias
recibidas a través del rezo del santo Rosario, algunas que he experimentado en
mi mismo, otras que he visto en otras personas: conversiones, liberación de
vicios, superación de problemas económicos que parecían insalvables,
reconciliación de las familias, salvación de muchos matrimonios, sanaciones
interiores y físicas, etc.
Bendito sea el Señor, cuyo amor no cesa de
bendecirnos y de ayudarnos, bendita sea la Santísima Virgen María, nuestra
abogada y buena Madre, que tantas gracias nos alcanza del cielo.
Como profesores de Religión encomendemos al
cuidado y a la intercesión de María el ministerio de enseñanza que nos ha
confiado la Iglesia, para que nos dejemos conducir por el Espíritu Santo en
nuestra actividad docente y profesional, y seamos canales e instrumentos de bendición
para nuestros alumnos y también para nuestros compañeros de trabajo. Amén.
Acompañando este post les ofrezco un clásico de
espiritualidad mariana: la obra de san Luis María Griñon de Monfort: El secreto admirable del santísimo Rosario.
El SECRETO ADMIRABLE DEL SANTÍSIMO ROSARIO:
DESCARGAR
Gracias Carmen, ¡qué bonito testimonio!,...De verdad que el Rosario rezado con amor y con fe es una gran oración que atrae sobre nosotros las bendiciones del cielo, ¡cuántas maravillas pudiéramos contar de como la intercesión de María ha cambiado una situación y nos ha ayudado a encontrar el camino para que la gracia del Señor se derrame sobre nosotros. Un abrazo, y seguro que tu testimonio "sembrado" en esta página puede ayudar a muchas personas. Un abrazo y que la Madre de Dios nos ayude siempre en el camino
ResponderEliminarMarcelo