"Keeping up on things" - Tom Brown
Ayer domingo tuve la suerte de leer un interesante artículo de la escritora uruguaya-española Carmen Posadas, sobre un tema que me toca muy de cerca: las reacciones de la gente, particularmente en España, cuando alguien se confiesa creyente, máxime, agrego yo, si eres católico, y lo dices por la cara,...
En muchos ambientes de la vida pública española ser creyente, y decirlo, es exponerse a sufrir toda suerte de comentarios mal intencionados, de prejuicios, expresados con frecuencia por personas "políticamente correctas" que se tienen a sí mismas por tolerantes y abiertas, es decir, lo que aquí conocemos por "progres", pero que en el fondo demuestran un talante bastante sectario y cerrado, justo lo contrario a lo que podemos entender por una mentalidad progresista ¡Vaya parádoja!
Por eso, precisamente, que una intelectual como Carmen Posadas tenga la lucidez de llamar las cosas por su nombre, y reivindique la búsqueda espiritual como un bien para la persona humana, es de destacar sobremanera.
Porque, voy al punto, la aconfesionalidad del Estado no significa, como pretenden algunos y algunas, que los ciudadanos y ciudadanas no podamos expresar libremente, en un clima de libertad y respeto, nuestras convicciones religiosas. Es decir, nadie tiene por qué esconder, ni disimular con eufemismos, su adhesión a una fe, en mi caso la cristiana-católica.
Es que la Religión no sólo es un asunto de libertad de la conciencia individual, también está relacionada con el ejercicio de algunos derechos ciudadanos y, sobre todo, con la convivencia social.
A continuación transcribo por entero, creo que vale la pena, el escrito de Carmen Posadas:
CAMINO AL ANDAR
El otro día, Montserrat Caballé confesó en televisión: «Soy una mujer afortunada por muchas razones, pero, si tengo que elegir, me quedo solo con una. Soy una persona de fe, y en ella me he apoyado toda mi vida». Me sorprendió mucho su declaración. Tal vez porque en el mundo actual vivimos encasillando o etiquetando personas y no me pegaba que ella fuera una persona religiosa.
Menos aún que no le importara declararlo abiertamente y me pareció muy valiente por su parte. Si ustedes se fijan, existe un gran pudor en decir que uno es creyente. Tanto es así que, para que no la tachen de carca, la gente recurre a todo tipo de eufemismos. Por ejemplo, cuando alguien muere, sus amigos dicen que se ha ido «más allá de las estrellas» y, si uno desea fervientemente conseguir algo, declara que espera que «los dioses le sean propicios».
También es curioso resaltar cómo personas que se confiesan agnósticas e incluso ateas se pasan el día consultando el horóscopo, como si creer en los astros y en la conjunción de Venus con Marte fuera mejor o más científico que creer en san Antonio o en la Purísima Concepción.
Nada que objetar, por supuesto, a que alguien adore hasta al Pato Donald si le da la gana, allá cada uno; lo que me parece pintoresco es que hacerlo «merezca un respeto», mientras que creer en Dios se tome a chufla o produzca, como mínimo, una sonrisita condescendiente. En lo que a mí respecta, también soy una persona de fe. No es algo de lo que hable por lo general, de hecho rara vez lo digo, pues temo que se malinterprete.
Y es que, por el afán etiquetador del que antes hablaba, se tiende a pensar que, si uno cree, es un meapilas o, como mínimo, alguien un poco rarito. También se nos suele asimilar a determinadas corrientes políticas, cuando no suponer que pertenecemos a alguna facción ultraconservadora dentro de la Iglesia católica.
En mi caso, ninguna de esas cosas es cierta. Es más, vengo de un país tan poco religioso que la Navidad no se llama Navidad y la Semana Santa se conoce como la semana de turismo. Tal vez por eso nunca he tenido, como el resto de las personas de mi generación, esa relación amor-odio con la Iglesia.
Tampoco fui a colegio de monjas ni me he educado con principios religiosos. Lo mío ha sido una larga búsqueda y una inquietud espiritual que no tiene, por cierto, el resto de las personas de mi entorno. Si escribo ahora este artículo, y me lo he pensado mucho antes de hacerlo, no es para hablar de mi fe, pues pienso que es algo personal y cada uno debe buscar su camino, que no es necesariamente el mío. Lo único que me gustaría señalar es que tener una cierta inquietud espiritual es algo que me ha dado mucha felicidad. Por supuesto no es mi intención adoctrinar a nadie ni convencerlo de nada. Tampoco creo en una religión excluyente o desdeñosa con las demás. Lo que sí pienso, en cambio, es que vale la pena emprender la búsqueda.
No, curiosamente, como cree la gran mayoría, para encontrar explicación a los misterios que nos rodean, tampoco para tener la seguridad de que existe algo después de esta vida y ni siquiera para encontrar ayuda en los momentos de tribulación. Sino porque la simple búsqueda ya da sentido a todo lo demás y se ven las cosas de otro modo. En realidad, siempre he pensado que la religión sirve más para ser feliz en esta vida que para entrar en otra. De lo que no puedo hablarles es de qué ruta tomar. Si cada religión es un camino y todos conducen a un mismo destino, importa poco cuál se elija. Algunos, después de haberse criado en una religión que no los llenaba en absoluto, buscan una fe muy ajena a la suya. Otros, en cambio, como yo, tras rebuscar por todos lados, vuelven a la de su infancia porque tiene más referentes culturales con su vida y con su sensibilidad. Por favor, disculpen esta confesión tan privada. Lo único que pretendía con ella era decir que se hace camino al andar y que tan solo iniciar la marcha ya hace que uno vea las cosas de otro modo y disfrute más del paisaje.
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Carmen Posadas, Escritora
Fuente: XLSemanal 15/07/12
Excelente, gracias por colocarla a nuestro alcance.
ResponderEliminarAuxi, para el ambiente que se vive en España hacia la Religión, fue encontrar una pequeña perla de luz,...Gracias por tu comentario y bendiciones
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