Jesús crucificado, iluminado por la luz brillante que traspasa una pequeña ventana de estilo románico.
Mirar a Jesús.
Tener los ojos fijos en Jesús, el iniciador y el que lleva a su plenitud nuestra débil fe, el pastor y el guardián de nuestras almas, la puerta por la que tenemos libre acceso al Padre celestial.
En Jesús, porque él es la imagen del Dios invisible, la impronta de su sustancia, el resplandor de su gloria, aquel en quien habita la plenitud de la divinidad corporalmente, el primogénito de toda criatura, y el primero en Resucitar de entre los muertos.
En Jesús, porque de él hemos recibido gracia tras gracia, él aprendió sufriendo a obedecer, y ahora es causa de salvación para todos los que le obedecen.
En Jesús, que padeció la muerte por todos, y una muerte de cruz, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles, pero que para nosotros, los creyentes, es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.
En Jesús, porque él nos ha llamado a cada uno por nuestro propio nombre, para que negándonos a nosotros mismos, llevemos con él la cruz de cada día, nos esforcemos por entrar por la puerta estrecha, y compartamos con él algún día la gloria eterna de su Pascua.
En Jesús, manso y humilde de corazón, que nos ofrece un yugo llevadero y una carga ligera, que ha prometido estar con nosotros todos los días hasta la consumación de los tiempos.
En Jesús, que no nos ha llamado siervos sino amigos, que le ha lavado los pies a su discípulos, que nos ha mandado a que nos amaramos los unos a los otros como él mismo nos ha amado, dando su vida por nosotros.
En Jesús, vivo y presente en el pan y en el vino de la Eucaristía.
En Jesús, vivo y presente en el hambriento, en el desnudo, en el que tiene sed, en el forastero y el emigrante, en el que está solo, enfermo o en la cárcel.
En Jesús, que es el mismo ayer, hoy, mañana y siempre, que ha venido a sanar los corazones afligidos y a anunciar la buena noticia a los pobres, sacramento de su presencia en el mundo.
En Jesús, que no nos ha dejado huérfanos, que, conforme a su promesa, ha enviado el Espíritu Santo.
En Jesús, hijo de María Virgen, cabeza de la Iglesia Santa, que es su cuerpo, plenitud del que lo llena todo en todo.
En Jesús, para que no se turbe nuestro corazón ni se acobarde, porque en el mundo tendremos luchas, pero él ha vencido al mundo.
En Jesús, en cuyo nombre todas nuestras plegarias son escuchadas, y tienen el "sí" de Dios.
En Jesús, Príncipe de la paz, dador de toda paz.
En Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías crucificado, iluminado en la mañana de este sábado por la luz brillante que traspasa una pequeña ventana de estilo románico
Su retorno glorioso esperamos confiados.
A él la gloria, el honor y la alabanza por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
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