Esta tarde asistí a la Eucaristía en la Ermita de San
Isidro, ubicada en el corazón de la ciudad donde vivo. Con ella, según las
palabras del sacerdote, inaugurábamos en mi parroquia el Año de la Fe 2012-2013,
un tiempo de gracia y bendición que dedicaremos a profundizar en la experiencia
de ese don inmenso que hemos recibido: la
fe cristiana.
Es para pensar que ahora, justo ahora, cuando en muchos
ambientes está en cuestionamiento la idea misma de Dios, la Iglesia proponga
dedicar todo un año a reflexionar sobre aquello que más parece desafiar la mentalidad contemporánea: la fe.
No es un secreto para nadie que a escala mundial, y
particularmente en Europa, los secularismos
a ultranza han pretendido excluir la
experiencia cristiana del ámbito de la cultura actual.
Me ha tocado leer artículos de prensa, comentarios de
intelectuales de oficio, que cuestionan la legitimidad
racional de la creencia en Dios, por no hablar de la salvación en Jesucristo, y que en algunos casos hasta ridiculizan la experiencia de los
creyentes como si perteneciera a un estadio
infantil del desarrollo de la humanidad.
Algunos ateísmos, incluso, consideran la fe en un ser
superior como un mal para la
humanidad, la causante de multitud
de conflictos e injusticias, un error
y un peligro para los seres humanos,
razones que esgrimen para justificar su agresividad
e intolerancia frente a los creyentes.
Por los medios de
comunicación social, continuamente se promueve modelos de vida que omiten de
su horizonte toda referencia a una realidad
trascendente.
Hay personas, todo hay que decirlo, muchas más de las que
nos gustaría, que aunque se confiesan cristianas o creyentes, en la práctica
viven como si Dios o las realidades de la fe no existieran, o no fueran relevantes.
En mi trabajo como educador, he venido observando las
dificultades que tienen los jóvenes en recibir la Buena Noticia de Jesucristo. No sólo ha fallado la cadena de transmisión generacional, sino que
además han crecido en un marco donde la fe es algo marginal. Sencillamente, en
sus ambientes de origen, en sus grupos familiares, entre sus vecinos y amigos, el testimonio de la fe está debilitado,
cuando no completamente ausente.
Este es, a grosso modo, el panorama actual en el que iniciamos
el Año de la Fe.
Ojalá que no caigamos en la tentación de vivir este tiempo encerrados en nosotros mismos, centrados
en nuestras celebraciones, quejándonos
del ambiente adverso que nos ha tocado vivir, añorando otras épocas más propicias y luminosas.
Porque, recordemos, la
historia siempre está preñada de oportunidades.
Vivamos el Año de la
Fe como una gracia del Señor que nos reta y nos invita a caminar como sus discípulos del siglo XXI
Una oportunidad para la nueva evangelización.
Respondamos con valentía a los tiempos que corren, y a los cuestionamientos,
algunos muy legítimos, que nos plantean.
No hay que tener temor. La gracia del Espíritu, prometido por Jesús, nos asiste.
Tengamos presente los desafíos de la fe en este aquí y en
este ahora de la historia:
1. Vivamos la
integralidad de la fe que hemos recibido: Hay que vencer la tentación de
aderezarse un credo hecho a la medida de los gustos y las conveniencias de cada
quien. Hemos de conocer, aceptar y vivir
íntegramente el mensaje que se nos ha transmitido, sin manipulaciones ni
amputaciones que desfiguren el contenido de la Buena Noticia cristiana.
2. Vivamos la fe en diálogo con la ciencia y los
problemas de hoy: Los tiempos nos exigen un talante dialogal. Que sepamos
dar las razones de nuestra esperanza, como dice el apóstol Pedro, a todo aquel
que nos las pida (1 Pe 3, 15). Hemos de vencer los prejuicios que intentan
contraponer la ciencia o la razón a la experiencia de la fe, y para ello hemos
de formarnos, prepararnos para este encuentro con las preguntas de hoy, y,
sobre todo, estar atentos, escuchar y dialogar.
3. Vivamos la fe como
una experiencia de seguimiento a Jesucristo: La fe no es sólo un conjunto de verdades que asumimos y
aceptamos intelectualmente, es una experiencia de seguimiento a la persona viva
de Jesús de Nazaret, haciendo el camino del discipulado que nos proponen los
Evangelios. Para tener fe no basta con conocer los contenidos de aquello que
confesamos creer, hay que encontrarse con Jesús
Resucitado y seguirle, reconocerle como Señor y Salvador de nuestras vidas.
Este es el testimonio que se nos pide y reclama hoy.
Qué el Señor colme al mundo en este año de grandes bendiciones,
atraiga a su amor a los que se han alejado del camino, y renueve siempre la fe de
su Iglesia. Amén.
excelente reflexión gracias por compartir, un abrazo
ResponderEliminarGracias, Beatriz, un pequeño aporte, para ir comenzando a caminar en sintonía con lo que la Iglesia va viviendo,...Un abrazo
EliminarLo de los desafíos me ha llamado la atención. Me parece que debemos tener personalmente un plan de acción para responder al llamado del Papa y vivir el Año de la Fe apostólicamente. Un gran abrazo.
ResponderEliminarAsí es, María Auxiliadora, me encanta tu espíritu práctico, que a veces a mi me falta ( no veas lo que me cuesta llevar una agenda)Me parece excelente, escuchar la voz del Señor a través de nuestros pastores e intentar vivir lo que a cada uno se nos pide,...Lo de los desafíos lo escribí quizás pensando en el contexto que vivo, y que me toca más de cerca,...Un saludo fraterno y gracias por tus palabras,...
EliminarMuy interesante reflexión. Llegué a este blog por la foto de fe que también encontré en otro sitio web, explicando qué exactamente es fe. Tal vez te interese:
ResponderEliminarhttp://verdadyfe.com/2012/10/02/que-es-fe/
Buen día!
Muchas Gracias por tu comentario, esto apenas ha sido una primera reflexión como para ponernos a "tono" con el tema,...Espero en este año tengamos muchas oportunidades para seguir reflexionando y profundizando en lo que significa creer en el mundo de hoy
EliminarUn saludo, y ahora mismo voy a revisar tu enlace
Marcelo