We are the Catholic Church, un vídeo afirmativo sobre la Iglesia Católica, con subtítulos en español.
Insisto en la palabra afirmativo, que no quiere decir triunfalista ni apologético a ultranza, sino, sencillamente, una confesión explícita de fe en la Iglesia, de reconocimiento y adhesión a sus valores más emblemáticos.
Aunque humanamente estoy abierto a todo lo hermoso, lo verdadero, lo noble, lo justo, que hay en otras tradiciones religiosas y culturales de la humanidad, me declaro sin cortapisas cristiano católico.
Asumo la realidad histórica de esta mi querida Iglesia, con todas sus contradicciones, sus pecados y miserias, sus debilidades e incoherencias.
Creo en la fe que nos han legado los apóstoles y que ella, la madre Iglesia, anuncia, vive, conserva y transmite desde hace más de 2.000 años.
La fe que celebramos en la liturgia, la fe que confiesa y vive el sencillo cristiano de a pie, la fe que rubricaron los mártires con su sangre, la fe de Pedro, Santiago y Juan, la de Teresa de Jesús y Agustín de Hipona, la de Monseñor Romero y la del indiecito mexicano Juan Diego. La fe de la Iglesia.
En esta santa y amada Iglesia he conocido a Jesucristo, mi único Señor y Salvador, y he encontrado salvación y vida nueva. Ella me ha anunciado la Palabra de Dios, el plan de amor y salvación que Dios tiene para conmigo y con toda la humanidad, y que se ha realizado en el misterio santo de la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios.
En esta Iglesia he recibido la unción del Espíritu Santo, el don prometido por el Maestro para todos los que creyéramos en su nombre.
A través de los sacramentos, signos sensibles del amor de Dios, se me ha comunicado la gracia: el bautismo, la
Eucaristía, la confirmación, el perdón de los pecados,...
En esta Iglesia he aprendido y vivido desde muy jovencito valores como la solidaridad, el trabajo por la justicia social, el perdón, la tolerancia, el amor por los débiles, la opción preferencial por los más pobres.
En esta Iglesia me he sentido aceptado con todos mis defectos, que no son pocos, y en ella he descubierto los dones de gracia que Dios me ha confiado por su misericordia, y que ella me pide que ponga al servicio de los demás a través del trabajo de cada día.
En esta Iglesia he aprendido la inmensa dignidad que significa ser persona humana, y el valor sagrado de la vida.
En esta Iglesia tan querida me he sentido verdaderamente libre, nunca nadie me ha coaccionado a hacer nada que fuese contrario a mi conciencia. Ella me ha respetado.
En esta Iglesia he crecido como ser humano, he soportado con su ayuda los momentos chungos del camino, ella ha sido sostén, consuelo y esperanza en el viaje de la vida.
Es curioso, pero ahora que he rebasado la barrera de los cuarenta, vivo el ser Iglesia más que nunca. Me siento hermano de todos: tradicionalistas, liberales, conservadores, progres. Siempre con la mirada puesta en la fe común, aquella que nos mantiene unidos en el único Cuerpo Místico de Cristo, el nuevo pueblo de Dios.
He conocido movimientos como los carismáticos, la teología de la liberación, la legión de María, la espiritualidad carmelitana, monástica, laical,...Quizás por eso me siento un católico "ecuménico", abierto a la diversidad de dones y carismas, de experiencias de seguimiento al Señor, de ministerios y servicios, que adornan a la esposa de Cristo.
Claro, seré sincero, me gustaría una Iglesia más pobre y más comprometida con la causa de los pobres, con un magisterio episcopal de talante más profético, cercana a las comunidades, y alejada de los símbolos de poder mundano que empañan la verdad santa del Evangelio.
Una Iglesia dialogal con el mundo y su cultura, sin privilegios de ninguna especie.
Como católico, yo también me he sentido herido por los tremendos escándalos que han protagonizado algunos ministros del Señor, en diversas partes del mundo. Créanme, me duelen enormemente, y soy el primero en exigir la justa reparación, siempre que sea posible, del mal cometido, y la transparencia en todo. En este drama, no puedo menos que sentirme absolutamente solidario de las víctimas inocentes.
Pero ni siquiera estos graves escándalos, que sacuden mi conciencia como creyente, afectan el núcleo de mi fe en la Iglesia de Cristo. Quizás porque esta fe mía no está fundada en motivos humanos: no estoy en la Iglesia católica porque sea la más perfecta, la más comprometida, o la más antigua. Con los años he constatado, a veces con dolor, su lado francamente ambiguo, pues en ella está presente el mismo pecado, la misma miseria que sacuden a la humanidad entera,...
Mi fe en la Iglesia se fundamenta en la persona santa de Jesucristo, el Señor, en mi convencimiento interior de que allí donde los seres humanos fallamos tantas veces, la fidelidad del Resucitado es absolutamente firme.
Sí, repito, creo con todo mi corazón en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica, y aunque sé que muchas cosas pueden, y deben, cambiar, el fundamento de la fe común permanece incólume: Jesucristo, Señor Nuestro, vivo y presente en su santa Iglesia hasta el final de los tiempos.
En el fondo, mi adhesión de amor y fe en la Iglesia es inseparable de mi vocación cristiana: seguir a Jesús y vivir su salvación, tomando como guía el santo Evangelio, implica necesariamente estar en su Iglesia. Así de sencillo.
He escrito este post con el corazón, aún a sabiendas que me voy a llevar leñazos por varias partes: los progres pensaran que he sido demasiado conservador. Lo siento, pero me estoy empezando a cansar de ciertas posturas hipercríticas, especialmente hacia el episcopado, y de un exacerbado discurso que siempre encuentra defectos en la fe y la praxis cristiana, no sólo por parte de algunos sectores de la sociedad, sino incluso dentro de la misma Iglesia ¡Vale ya!
Otros, en cambio, pensaran que he tocado temas candentes y no les habrá gustado el tono confesional y franco. Me perdonan, pero no creo que ayude mucho en estos tiempos una actitud de fe a la defensiva, que no asuma la realidad de la Iglesia tal y como ella es en sí misma. Reconocer el pecado de la Iglesia, no afecta, como he dicho, nuestra adhesión plena a la fe común, la de los apóstoles, la de Pedro, Juan Pablo II y Benedicto XVI.
En medio de este mar de leva que se levanta aquí y allá contra la Iglesia católica, dejo sembradas aquí mis sencillas palabras de creyente, que encomiendo al cuidado amoroso de la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, pueblo de Dios. Amén.
La Iglesia es una, santa, catolica y apostolica; los pecadores somos la que la formamos, tanto jerarquia como los laicos que vamos en el camino al Padre eterno.
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