Sale a nuestro encuentro una colorida galería de rostros juveniles, producida por Andy15J, y titulada Julian Opie inspired, en referencia a un artista británico: Julian Opie, un verdadero maestro en el arte del retrato contemporáneo.
Detrás de cada rostro podemos reconocer todo un arco iris de sentimientos y emociones. Saber interpretar adecuadamente los estados emocionales de las personas es inherente a la llamada inteligencia emocional.
Desde la perspectiva de las competencias básicas, se trata, sin duda, de un indicador de nuestra competencia social y ciudadana.
Si revisamos cada una de las caras de la imagen encontraremos toda una variedad de emociones: duda, confianza, orgullo, inocencia, curiosidad, atención, picardía, indiferencia, interrogación, franqueza, apoyo,...Pero no todas están presentes en el cuadro, faltan, por ejemplo: la tristeza, la preocupación, el aburrimiento,...
Inmersos en el fuerte individualismo de las sociedades liberales, cada quien parece concentrado en su propio mundo, en sus objetivos, en sus emociones personales,...Será por eso que nos cuesta tanto aprender a ser empáticos, es decir, acoger la realidad emocional, y existencial, del otro, compartirla, ponerse en el lugar de los demás, sin juzgarlos, simplemente aceptándolos.
Si alguien está triste, no puedo regañarlo por ello, y decirle sin más: ¡Deja ya esa cara, hombre! Zamparle eso a alguien es no aceptar su tristeza, y lo más probable es que tenga efectos contrarios a nuestra intención
Nos falta inteligencia emocional.
Si alguien está triste, compartamos su tristeza, que se sienta acogido por nosotros, dejemos que hable si quiere, digámosle, por ejemplo, aunque parezca inútil: ¡Vaya, observo que estas triste!, o, ¡Veo que esta situación te afecta, lo siento!
Aprender a interpretar las emociones de los demás es un asunto de convivencia humana, y, hablando en cristiano, de fraternidad.
Por ejemplo, un buen profesor, con suficiente inteligencia emocional, con competencia social, sabe conectar emocionalmente con sus alumnos, es capaz de interpretar adecuadamente sus emociones y sentimientos, literalmente, lee sus rostros.
He observado que muchos profesores, quizás porque es ese el modelo de docente que han asimilado, actúan como si la realidad emocional de los alumnos y alumnas no existiera, están centrados en los contenidos de la asignatura, y pocas veces sintonizan con el estado emocional de la clase.
Concluyo contando una experiencia que conocí de cerca hace ya algunos años. Un chico de 1º ESO ante una pequeña llamada de atención del profesor, le respondió de una manera muy inadecuada, acto seguido el docente le indicó que debía abandonar la clase, y así lo hizo inmediatamente, dando tras si un fuerte portazo.
Pasados unos minutos, el profesor salió afuera, se acercó al alumno y simplemente le dijo: Me imagino que estás muy enfadado por algo, y pienso que sería bueno que me lo contaras. Inopinadamente el chico, que se esperaba un discurso tipo bronca "plan profe", rompió a llorar, y le comentó que, en efecto, estaba muy enfadado con él, porque sentía que era injusto, que imponía sanciones a algunos alumnos y a otros no,... Un sentimiento, por cierto, de lo más común en el alumnado.
El profesor le dijo que comprendía su enojo, pero que la forma que había escogido para manifestarlo era muy inadecuada, que la próxima vez intentara decirle directamente lo que sentía. El chico, que tenía un fondo noble, cambio inmediatamente de actitud, y le pidió disculpas.
Y aunque el profesor le impuso al alumno un "parte de disciplina", por lo que tuvo que quedarse un par de días sin recreo, la realidad es que las relaciones entre ambos mejoraron, lo que redundó en la actitud del chico, y en el clima de convivencia de la clase.
Esto es sólo un ejemplo, y, evidentemente, hay casos de casos,...sin embargo, a veces me pregunto, nosotros los educadores ¿aceptamos las emociones de los alumnos?, ¿somos empáticos?,... ¿leemos sus rostros?
Una reflexión que debe continuar.
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